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sábado, 31 de octubre de 2015

31 de octubre: Beato Domingo Collins y compañeros mártires

Domingo Collins nació hacia 1566 en la ciudad de Youghal, del condado de Cork, en Irlanda. Tendría unos veinte años cuando partió para Francia.

Allí decidió seguir la carrera militar, en la que tanto se distinguió que rápidamente es promovido al rango de capitán.

En 1598 hace una nueva opción de vida ingresando en la Compañía de Jesús en Santiago de Compostela, donde pronuncia su profesión perpetua como Hermano Coadjutor.

Vuelva a Irlanda en 1601, pero el 17 de junio de 1602 lo hacen prisionero los ingleses, que en vano forcejean por hacerle renegar de su fe. Condenado a muerte, fue ahorcado en 31 de octubre de 1602 en Youghal, ciudad donde había nacido.

Juan Pablo II lo beatificó, juntamente con otros dieciséis mártires irlandeses, el 27 de septiembre de 1992

(fuente: www.jesuitas.es)

otros santos 30 de octubre:

- Beata María Purísima de la Cruz Salvat y Romero
- Beato Alejandro Zaryckyj

viernes, 30 de octubre de 2015

30 de octubre: San Gerardo de Potenza

En Potenza, ciudad de la Lucania, san Gerardo, obispo (1122).

Gerardo, Obispo del siglo XII, es el patrono de la ciudad y de la Arquidiocesis de Potenza.

Nació en Piavenza en una fammilia de noble origen, después pasó a Potenza y fue elegido obispo de esa ciudad por sus virtudes y su actividad taumatúrgica.

Muerto después de sólo ocho años de episcopado, su sucesor Manfredo escribió una vida tal vez demasiado declaradamente panegirística, y sobre todo obtuvo una canonización «a viva voz» (es decir, sin documentación escrita) por parte del Papa Calixto II (1119-24).

(fuente: catholic.net)

otros santos 30 de octubre:

- Beato Alejandro Zaryckyj
- Beata Bienvenida Bolani

jueves, 29 de octubre de 2015

29 de octubre: Beata Joaquina Rey Aguirre

Religiosa y Mártir

Martirologio Romano: En la Comunidad Valenciana, España, Beatas Josefa Martínez Pérez y 11 religiosas profesas de la Congregación de Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, quienes junto a Dolores Broseta Bonet, laica, fueron asesinadas por odio a la fe. († 1936)

Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.

Nació en Begoña, Bilbao, el 23 de diciembre de 1895. Sus padres fueron Francisco (empleado de comercio) y Jerónima (sus labores). La bautizaron a los pocos días y fue educada cristianamente en el seno de una familia numerosa. Educada con las Hijas de la Caridad de Begoña, fue miembro de la Asociación de Hijas de Maria de la Medalla Milagrosa, a quien profesó verdadera devoción toda su vida. Al ver el trabajo que las Hermanas realizaban con los pobres se sintió llamada por Dios. Tuvo que vencer dificultades por parte de la familia, pero a los 30 años logró ingresar en la Compañía de las Hijas de la Caridad .Realizó la prueba en el hospital de la Princesa de Madrid e ingresó en el Seminario el 17 de enero de 1926.


Recibe su envío a Valencia

Terminado el tiempo de formación inicial, fue destinada a la Casa Beneficencia de Valencia. Allí ejerció su misión durante diez años como maestra y educadora de las Escuelas y talleres, además de asumir el oficio de inspección a fin de controlar el buen funcionamiento y desarrollo de las actividades pedagógicas y profesionales de la casa.

Desempeñó todos sus ministerios con responsabilidad, seriedad y dedicación, ayudando en todo lo que podía a su superiora y a la comunidad. Cuando hacía la guardia con los niños impulsaba mucho la práctica del deporte. Era aficionada al fútbol, pues tenía un hermano futbolista, y disfrutaba mucho enseñando a jugar a los niños en el patio. Cuando los niños le preguntaban algo sobre este deporte ella respondía con destreza y hasta jugaba con ellos a la pelota.


De carácter valiente

Era de constitución fuerte y temple varonil, pero bajo todo esto, escondía un gran corazón, lleno de ternura y caridad. En su porte se manifestaba sencilla y amable, con una simpatía desbordante y a la vez contagiosa. Esto le servía para limar cualquier aspereza.

Entre otros, un rasgo de valentía de Sor Joaquina tuvo lugar en la casa de campo de Benicalap, donde habían mandado ropa las Hermanas y, por orden del Comité comunista, se habían incautado de todo. Cuenta Sor Josefa que la acompañó: “Los comunistas habían arrancado la imagen de la cruz y la tiraron al suelo”. Sor Joaquina se arrodilló, cogió la imagen del suelo, la beso y la puso encima de la mesa. Los milicianos la dijeron: “Deje eso donde estaba”. Ella respondió: “Hay que ver el destrozo que han hecho con todo…Y con esto ¿qué adelantáis?”.

En julio de 1936, durante unos 15 días estuvieron los milicianos preparándose para quedarse con la casa. Las Hermanas se sintieron presas en su Comunidad. No les permitían bajar a rezar a la capilla ni salir ni entrar. Sor Joaquina les acompañaba a los diversos departamentos y hasta les bajaba todos los días la comida. Los comunistas les pedían que se quedaran con ellos a trabajar. Pero ellas, por encima de todo, prefirieron seguir siendo Hijas de la Caridad al servicio de los pobres. Como no tenían personal, el director les dijo a los milicianos: “Mientras estas señoras estén aquí, cuidadito que ninguno les falte al respeto”. Mas en aquellos momentos de anarquía y persecución, no se tenían en cuanta estas consignas.


Despedidas del establecimiento

El 25 de julio, fiesta del Apóstol Santiago, el capellán D. Ramón Sancho Amat les celebró la última Eucaristía, animándolas a que fueran valientes como el apóstol. Al día siguiente, sin contemplaciones, los comunistas echaron a toda la Comunidad. Se fueron refugiando de dos en dos en casas amigas de la Comunidad. Sor Joaquina fue la última en salir y, una vez que había entregado todo, dejo con gran dolor a sus niños pobres. Ella se refugió con otras hermanas de la comunidad en el pueblo cercano de Foyos, en casa del familiar de una hermana. Allí fueron localizadas y les mandaron presentarse a ella y su compañera, Sor Victoria Arregui, en la sede del Comité comunista; fueron sentenciadas a muerte por su condición de religiosas, juntamente con dos sacerdotes que habían celebrado la Eucaristía clandestinamente en su refugio, D. José Ruiz y D. Antonio Bueno. Este fue su delito y la causa de su muerte.

Sor Joaquina se defendió con argumentos sólidos, antes de aceptar la condena a muerte sin cargos ni juicio previo. Y antes de ser fusilada en la tapia del cementerio de Gilet, arrebató con viveza el arma al verdugo que intentó violarla antes de disparar. Entonces uno de los sacerdotes compañero del martirio, D. José Ruiz, le dijo que no perdiera la ocasión de entrar triunfante en el cielo. Reflexionó inmediatamente, entregó el arma y pidió perdón públicamente por su cobardía. Seguidamente pidió la absolución a D. José, ofreció el perdón a sus perseguidores y aceptó los tiros de muerte mientras gritaba: “Viva Cristo Rey”. Era el 29 de octubre de 1936 al amanecer.


Traslado de sus restos

La exhumación, reconocimiento y traslado de los cadáveres se realizó muy pronto. Los mismos del Comité las enterraron en el cementerio de Gilet en una fosa común, con las otras personas que acababan de fusilar. Al terminar la guerra, los cadáveres de las Hermanas fueron reconocidos fácilmente ya que los cuerpos y sus ropas estaban bien conservados. Se trasladaron a Foyos y se colocaron en unos nichos hasta pasarlas al Panteón de los Mártires de la Parroquia, junto con tres sacerdotes y 11 seglares, fusilados por su condición de católicos. El 13 de marzo de 1996, el Tribunal eclesiástico que dirigió la exhumación y conservación de los restos de las mártires, con el Juez Delegado del Sr. Arzobispo, D. Francisco Vinaixa Monsonis, el Párroco y parientes de los Mártires, el enterrador, forense, miembros de la funeraria y público se procedió a la exhumación de los restos. La funeraria los trasladó al Colegio de San Juan Bautista de Valencia donde se procedió a su limpieza, siendo depositados en unas urnas nuevas, lacradas, y al final se trasladaron a la Casa de San Eugenio, donde en un pequeño panteón reposan, junto con los restos de otras Hermanas, esperando la resolución de la Iglesia sobre la autenticidad de su martirio. Desde el primer momento de su fusilamiento gozan de la fama de verdaderas santasmártires.

Además de Joaquina, este grupo de mártires está integrado por:

1.- SOR JOSEFA MARTÍNEZ PÉREZ

Nació en Alberique (Valencia), 6.V.1898, en una familia de labradores del campo y hondas raíces cristianas. Es la tercera hija entre seis hermanos del matrimonio formado por José y Marcela, quienes la educan cristianamente en la familia y en el colegio de las Hijas de la Caridad de la ciudad. Desde pequeña se manifestó piadosa, alegre y servicial, tanto dentro del hogar como en el colegio. Formó parte de la Asociación de Hijas de María y a través de la oración y el servicio a los necesitados sintió la llamada de Dios. Realizó el Postulantado o prueba en el Hospital provincial de Valencia, dedicándose de lleno a los ancianos enfermos. Ingresó en el Seminario de las Hijas de la caridad de la Provincia española en la calle Jesús, 3, de Madrid el 30.X.1925.
Terminada su formación inicial fue destinada al Hospital en el que realizó su prueba como postulante. Desde su llegada destacó por su fidelidad a las Reglas, piedad y entrega a los enfermos. Allí realizó los estudios de Enfermería y ejercía de lleno la profesión en 1936. Al estallar la revolución fue despedida la Comunidad integrada por 100 Hermanas. Ella buscó refugio en Alberique, junto a sus padres y su hermana Natalia que esperaba su cuarto hijo. Al ser detenido y amenazado de muerte su cuñado, por su condición de padre católico, ella se ofreció en su lugar pero no fue aceptada. A los pocos días la apresaron junto con su hermana. Sor Josefa intercedió ante los milicianos para que liberasen a su hermana que estaba en cinta, y pidió que sólo la matasen a ella. Y así lo hicieron. Fue fusilada por causa de la fe el 15.X.1936 en Llosa de Ranes (Valencia) en el término llamado "puente de los perros". Antes de morir, perdonó a los que la fusilaban, puso su vida en manos de Dios y pidió la intercesión de la Stma. Virgen con el rezo del santo Rosario.

2.- SOR MARTINA VÁZQUEZ GORDO

Nació en Cuellar (Segovia) el 30.I.1865. Sus padres Zacarías y Antonia eran dueños de la confitería de aquella ciudad y educadores cristianos de una familia numerosa de ocho hijos. Desde niña se mostró inteligente, abierta y audaz. Experimentó la vocación a través de un buen consejo del párroco que no veía como voluntad de Dios sus relaciones de noviazgo con un joven de Toro (Zamora). Aceptado el consejo y percibido como llamada divina, decidió ingresar en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Con tesón y constancia superó la oposición paterna y logró realizar el Postulantado en el Hospital general de Valladolid a los 31 años. Ingresó en el Seminario de la calle Jesús de Madrid el 26.II.1896. Terminada su formación inicial tuvo varios destinos: Hospicio y Colegio Medalla Milagrosa de Zamora, Hospital de Segorbe, Casa Provincial de Madrid, Hospital Doker de Melilla y de nuevo, el Hospital, Escuelas y Comedor de Caridad de Segorbe (Castellón). Desde 1906 hasta 1936 desempeñó servicios de responsabilidad como superiora local, asistenta o vicaria provincial y organizadora de los Hospitales Militares del norte de África. En todos los destinos destacó por su coraje e intrepidez a favor de los pobres.
Era de fe firme, carácter abierto, ávida de hacer el bien a todos, valiente, creativa y tenía gran sentido del humor. Sabía superar todas las dificultades con optimismo y esperanza, sin arredrarse ante los problemas. Al estallar la guerra, la Comunidad fue despedida del Hospital. Ella y las Hermanas se refugiaron en la casa de una antigua alumna, donde vivían como presas. Amenazadas de muerte varias veces y viendo que el martirio era una realidad cercana, ella aconsejó la preparación inmediata. Se confesaron por escrito con un sacerdote que vivía enfrente de ellas clandestinamente y les dio la absolución a través del cristal de su ventana. Esto sucedió la víspera de su martirio 4.X.1936. Ese día, al saber que era apresada para morir, se puso el hábito y seguidamente fue conducida en un camión al lugar del martirio, en la carretera de Algar de Palancia. Ella misma pidió no proseguir más lejos para efectuarlo. Previamente se arrodilló, encomendó su alma a Dios, rezó por sus perseguidores y les ofreció públicamente su perdón. Después pidió morir de frente, con los brazos en cruz y el crucifijo entre los dedos de su mano derecha. Antes de recibir los disparos confesó su fe así: "Creo en las palabras de Cristo: "Quien me confesare delante de los hombres, también yo le reconoceré delante de mi Padre"". Los milicianos que dispararon habían sido socorridos por ella en el Comedor de Caridad que había fundado.

3.- SOR JOSEFA LABORRA GOYENECHE

Nació en Sangüesa (Navarra) el 6.II.1864. Sus padres, Francisco y Javiera, agricultores y buenos cristianos la llevaron al Colegio de la Inmaculada regido por Hijas de la Caridad. Allí se educó cristianamente, formó parte de la Asociación de Hijas de María y experimentó la llamada de Dios. En casa manifestó respeto, obediencia, responsabilidad, diligencia en el trabajo, amor a Dios y a los pobres. Su conducta era ejemplar para los tres hermanos. Ingresó en la Compañía el 18.III.1881, después de terminada su prueba en el Hospital de la Princesa de Madrid. Destinada al Hospicio de Cuenca demostró cariño y dedicación a todos los acogidos. En julio de 1900 fue destinada como superiora del Colegio-Asilo de Bétera (Valencia) y en 1911 pasó al hospital de Murcia. Pronto volvió a Bétera, requerida por los acogidos, las familias y la comunidad.
Su conducta fue ejemplar siempre, destacando por su entrega y bondad maternal. En julio de 1936 la casa fue asaltada y la comunidad despedida. Refugiadas las cinco hermanas en casa de una antigua alumna, fueron localizadas dos días después y obligadas a dejar aquel refugio y marchar a Valencia. Previamente, el alcalde ordenó, mediante un bando público que nadie saliera a la calle para dar cobijo a las Hermanas. En Valencia encontraron una pensión donde se refugiaron. Localizadas por un exalcalde republicano de Bétera a los cinco meses, éste dio orden de prendimiento y martirio. Todas fueron apresadas en la checa ubicada en el Seminario y de allí las sacaron para ser fusiladas en el Picadero de Paterna. Sor Josefa murió perdonando a los enemigos y poniendo su vida en manos de Dios. Los testigos han destacado su comprensión, bondad y prudencia que la atrajeron el cariño y la gratitud de alumnas y acogidos.

4.- SOR CARMEN RODRÍGUEZ BANAZAL

Nació en Cea (Orense) el 26.IV.1877. Sus padres Francisco y Rosa la educaron cristianamente y le proporcionaron la educación básica de cultura general en la escuela de la villa. A los 20 años ingresó en la Compañía el 16.VIII.1897, tras realizar la prueba en el Hospital de mujeres incurables de Madrid. El padre que era Guardia Civil y buen cristiano, facilitó su entrada en la Compañía. Terminada la formación inicial fue destinada a Bétera donde ejerció su ministerio como maestra de párvulos. Piadosa, observante y trabajadora, se preparaba con responsabilidad y esmero las clases y catequesis. En 1935 fue nombrada superiora de la Comunidad y al año siguiente, al estallar la revolución, sufrió el asedio y la persecución en las mismas circunstancias que su compañera Sor Josefa Laborra y, como ella, fue martirizada en la misma fecha y lugar. Murió rezando y perdonando a sus agresores.

5.- SOR Mª PILAR NALDA FRANCO

Nació en Algodonales (Cádiz) el 24.V.1871. Era hija de Manuel, médico y Josefa dedicada a las tareas del hogar. Educada cristianamente conoció a las Hijas de la Caridad a través de la Asociación de las Hijas de María y experimentó la llamada de Dios hacia la Compañía. Realizó la prueba en el Hospital de Santa Isabel de Jerez de la Frontera y seguidamente ingresó en el Seminario el 6.X.1889, habiendo cumplido los 18 años. Tuvo como formadora a la Sierva de Dios Sor Justa Domínguez de Vidaurreta en las clases de Cultura general y Pedagogía. Terminada la formación inicial ejerció su actividad primero en el campo sanitario: Hospital-Asilo de Mondoñedo y Hospital Psiquiátrico de Leganés. Después de 1900 al ampliarse la Escolaridad obligatoria y las Escuelas de párvulos, cursa los estudios de maestra parvulista y fue destinada a la enseñanza en las Escuelas Católicas de Cádiz y seguidamente en las de Dos Hermanas (Sevilla) y Bétera (Valencia). En estas ciudades desempeñó su misión como maestra de Párvulos, con dedicación y entrega a los niños más pobres. Sufrió el martirio el 9.XII.1936 en el Picadero de Paterna, en las mismas condiciones que sus hermanas de Comunidad.

6.- SOR ESTEFANÍA IRISARRI IRIGARAY

Nació el 26.XII.1878 en el seno de una familia dedicada a la agricultura en Peralta (Navarra).- Sus padres Idelfonso y Juana la educaron cristianamente y facilitaron su traslado a Palencia con una tía Hija de la Caridad. Allí realizó su postulantado en el Hospital y Escuelas de San Bernabé. Ingresó en la Compañía el 21.XI.1896 y seguidamente fue destinada a Bétera (Valencia) donde ejerció su misión como maestra de párvulos durante 39 años. Destacó por su paciencia, bondad y humildad en su forma de educar y enseñar. En comunidad se manifestó siempre fiel a las Reglas de la Compañía. Sufrió el martirio el 9.XII.1936 en las mismas circunstancias que sus compañeras de comunidad.

7.- SOR ISIDORA IZQUIERDO GARCÍA

Nacida en Páramo del Arroyo (Burgos), el 2.I.1885, fue bautizada a los ocho días de su nacimiento. Sus padres Esteban y Felicitas, labradores, la educaron cristianamente juntamente con su hermana Irene. Fue alumna interna del colegio de La Milagrosa de Rabé de las Calzadas (Burgos) y en él recibió una formación esmerada. Escucha la llamada de Dios muy joven y decide seguirla, realizando la prueba en el Hospital de San Juan de Burgos. El 15.X.1901 llega a Madrid al Seminario de la calle Jesús para ingresar en la Compañía. Terminado este periodo de formación, es destinada al Asilo de Párvulos de Bétera, donde realiza su misión como maestra. Durante 35 años fue catequista responsable de la preparación de los niños para la primera Comunión, desempeñando esta labor con dedicación y bondad. Preparaba con cariño la comida de ese día para todos los niños y niñas. Era muy apreciada por el interés y cercanía con que seguía a sus exalumnos y exalumnas. Con frecuencia hombres y mujeres, educados por ella, acudían a pedirle consejo. Se ocupó además de la crianza de los animales de la granja que proporcionaban alimentos a los acogidos del Asilo. Sufrió el martirio el 9.XII.1936 en las mismas circunstancias que sus compañeras de comunidad.

8.- DOLORES BROSETA BONET

Nació en Bétera (Valencia) en 1892 en el seno de una familia trabajadora y numerosa, integrada por seis hijos, dos de ellos murieron en edad muy temprana. Los padres, Joaquín y María, trabajadores y buenos cristianos llevaron a sus hijos al Colegio-Asilo de las Hijas de la Caridad, a partir de los tres años. En él se educó Dolores y los tres hermanos que llegaron a edad adulta. Llegada a la juventud se afilió a la Asociación de Hijas de María de la Medalla Milagrosa y cultivó en ella los tres pilares de la misma: oración, servicio a los pobres e imitación de la Stma Virgen. En este ambiente sintió la vocación y decidió seguirla como Hija de la Caridad. A los 21 años realizó la prueba como postulante en el Hospital provincial de Valencia, pero por padecer hemorragias frecuentes no pudo ingresar en la Compañía. De acuerdo con las Hermanas decidió volver a Bétera y trabajar en el Colegio-Asilo, como Hija de María. Colaboraba con las Hermanas en las clases de párvulos y en el obrador de bordados. Al morir su madre en 1925, pasó a vivir al Asilo, ayudando en todo a las Hermanas, y con ellas fue expulsada y perseguida.
Cuando buscaron refugio en la pensión "El Gallo" de Valencia, ella era la que salía a la calle en busca de lo necesario para vivir e iba con frecuencia a Bétera a recoger los víveres que algunos vecinos del pueblo donaban para las Hermanas. Seguida por miembros del Comité comunista, localizaron a la comunidad que fue apresada en la Checa ubicada en el Seminario diocesano de Valencia, juntamente con Dolores Broseta. Pocos días después, el 9.XII.1936, fueron llevadas todas al Picadero de Paterna y fusiladas por su condición religiosa.

9.- SOR VICTORIA AREGUI GUINEA

Nació en Bilbao el 19.XII.1894. Era hija de Venancio (jornalero) y Liboria. Educada con las Hijas de la Caridad fue miembro de la Asociación de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa, cultivando con esmero la oración, el servicio a los necesitados y la devoción mariana. En este ambiente percibió la vocación y fiel a ella, ingresó en la Compañía el 17.III.1921. Realizó el postulantado en el Hospital provincial de Pamplona y el Seminario en Madrid. Terminada su formación inicial, fue destinada a la Casa Beneficencia de Valencia a los talleres de bordado del obrador de costura, pues era una artista de la aguja y en aquella Casa se bordaban ornamentos para muchas iglesias de España y países extranjeros. Desempeñó su misión bordando y enseñando a bordar a las jóvenes del obrador y cumpliendo sus deberes establecidos en las Reglas de la Compañía.
Al llegar la persecución fue expulsada de la Comunidad con sus compañeras y se refugió en Foyos con Sor Joaquina Rey. Con ella pasó el refugio, la prisión y el martirio, con la diferencia de que Sor Victoria Arregui, más tímida que su compañera, aceptó sin rechistar la condena a muerte y el martirio, después de recibir la absolución y la Eucaristía de manos de D. José Ruiz, sacerdote compañero de martirio. Murió como su compañera gritando: "Viva Cristo Rey"

10.- SOR Mª ROSARIO CIÉRCOLES Y GASCÓN

Nació en Zaragoza el 5.X.1873. Sus padres, Juan (guitarrista) y María, se preocuparon de darle una buena educación en el colegio dirigido por las Hijas de la Caridad. Curso los estudios de Música antes de ingresar en la Compañía. Desde joven participó en la Asociación de Hijas de María de la Medalla Milagrosa que vivía entonces su espiritualidad mariana con una exigencia fuerte de oración y servicio a los necesitados. En este ambiente percibió la llamada de Dios y decidió ingresar en la Compañía el 24.X.1892. Realizó el postulantado en el Hospital general de Madrid y terminado el Seminario, tuvo varios destinos, desempeñando su misión como organista, profesora de Música y manualidades profesionales: Escuelas de la Purísima de Barcelona, Colegio de Barbastro, Escuelas de la Milagrosa de Madrid y Colegio-Asilo de San Eugenio de Valencia. Tenía el temperamento enérgico, pero se dominaba mucho y se entregaba de lleno a su misión de educadora.
Llegada la persecución de 1936, fue expulsada y dispersada la comunidad del Asilo de san Eugenio de Valencia. Sor Rosario con otras dos compañeras se fueron a Puzol (Valencia), a la casa de un familiar de una hermana. Allí estuvieron muy vigiladas y amenazadas por los miembros del Comité comunista del pueblo. En la casa estaba también refugiado un sacerdote que celebraba la Eucaristía clandestinamente. El 17 de agosto de 1936 fueron apresadas y conducidas al Comité, juntamente con el sacerdote. Sor Rosario intentó defenderse y defender a sus hermanas, pero no logró nada. Las tuvieron toda la noche limpiando las dependencias y a la mañana siguiente, al amanecer, las martirizaron moral y físicamente, debajo de un limonero cerca del cementerio de Benavites (Valencia), acribillando su cuerpo con tiros de metralla.

11.- SOR MICAELA HERNÁN MARTÍNEZ

Nació en Burgos el día 6.V.1881. Era hija de Benito (comerciante) y Micaela. Educada con las Hijas de la Caridad fue miembro de la Asociación de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa del colegio de Saldaña en Burgos. Realizó el postulantado en el Hospicio de Burgos y terminada la prueba, ingresó en la Compañía el 21.XI.1901. Al terminar su tiempo de formación en el Seminario tuvo varios destinos: Hospital provincial de Albacete, Asilo de la Infancia de Jerez, Cocina y Comedor del salvador en Jerez, Escuelas de Polanco (Santander) y Colegio-Asilo de San Eugenio de Valencia. Su servicio estuvo preferentemente entre los niños pequeños de párvulos, a los que cuidaba y enseñaba con bondad y paciencia. En comunidad se mostró siempre disponible y fiel a las Reglas de la Compañía. Al llegar la persecución con motivo de la guerra de 1936, fue expulsada del Asilo con toda la comunidad y sufrió el martirio el mismo día y en las mismas circunstancias que Sor Mª Rosario Ciércoles.

12.- SOR Mª LUISA BERMÚDEZ RUIZ

Nació en San Pelayo de Sabugueira (Coruña) el 10.X.1893. Era hija de D. Elías Bermúdez Cotón y Dña Mª del Carmen Ruiz García-Flores, ambos oriundos de la nobleza. Tenían grandes posesiones y casa palaciega con escudo familiar propio, alusivo a los títulos de nobleza ostentados, pero con la cruz y la inscripción. "Ave María", prueba de la religiosidad y carácter cristiano de la familia. Tenía otra hermana dos años más joven que ella, que también fue Hija de la Caridad. Se llamaba Sor Mª Asunción Bermúdez Ruiz. Ambas fueron educadas en el Colegio que las Hijas de la Caridad tenían en Santiago de Compostela y allí percibieron el amor a los pobres y la llamada de Dios. De común acuerdo dejaron todo su patrimonio a favor de la Congregación de la Misión.
Mª Luisa realizó el postulantado o prueba en el Asilo San Blas de Madrid y seguidamente ingresó en la Compañía el 30.VIII.1917.
Terminado su tiempo de formación inicial fue destinada a casas dedicadas a la infancia abandonada. Tenía un don especial para los niños más pequeños y era una excelente parvulista, dulce en el trato y compasiva, aunque un poco apocada de carácter. Sus destinos fueron: la Residencia de Niños Santa Eulalia de Barcelona (1918), Casa Cuna del Niño Jesús en Logroño (1920)y la Casa Caridad de Zaragoza (1921). Después cayó enferma y tuvo que estar algún tiempo de reposo en la Casa San Cayetano de Madrid. Una vez repuesta, fue destinada al Colegio-Asilo de Las Mercedes de Madrid (1922) y finalmente al Colegio-Asilo San Eugenio de Valencia (1931). Al llegar la persecución de 1936, fue expulsada del Asilo con toda la comunidad y sufrió el martirio el mismo día y en las mismas circunstancias que Sor Mª Rosario Ciércoles y su compañera Sor Micaela.

(fuentes: vincenziani.com; catholic.net)

otros santos 29 de octubre:

- San Abraham Kidunaia
- Beato Cayetano Errico

miércoles, 28 de octubre de 2015

28 de octubre: San Francisco Díaz del Rincón

Los Santos Mártires de China 

Los mártires dominicos de China, aunque separados en el tiempo por un siglo (1648, 1747 y 1748), forman un grupo homogéneo por su nacionalidad española, por su pertenencia a la Provincia de Ntra. Sra. del Rosario, (fundada en Manila en 1587 para la evangelización del Extremo Oriente), y por la actividad misionera en el sureste de China, en la provincia de Fukien.

Todos ellos, salvo Francisco de Capillas, murieron en Fochow, China, unidos en la misma fe, en los mismos sufrimientos y en la misma familia, la dominicana. Sus restos se veneraban en la iglesia de Santo Domingo de Manila, que fue destruida en la guerra mundial de 1941. Su fiesta en la Familia Dominicana de España se celebra el 15 de enero; en otros lugares se celebra el 6 de noviembre, junto con otros mártires de Oriente.


San FRANCISCO FERNÁNDEZ DE CAPILLAS, presbítero

(1607-1648) Nació el 11 de agosto de 1607 en Baquerín de Campos (Palencia) y en 1623 tomó el hábito dominicano en el convento de San Pablo de Valladolid. Siendo diácono, en 1631 partió para Manila, donde fue ordenado sacerdote el 5 de junio de 1632.

Durante 10 años se dedicó al ministerio en Cagayán, región al norte de la isla de Luzón. En 1642 llegó a China. Las ciudades de Fogán, Moyang y Tingteu fueron el centro de su predicación con la administración de numerosos bautismos. Mientras tanto los Tártaros Manciù invaden aquella región, mostrándose hostiles a la religión cristiana. En noviembre de 1647 Francisco, después de haber prestado servicio sacerdotal a dos enfermos, es apresado y conducido tres veces al tribunal. En la cárcel continúa su misión. Fue sometido a la dislocación y a la flagelación. Sacado a la fuerza por la noche el 15 de enero de 1648 mientras rezaba con otros presos los misterios dolorosos del Rosario, fue decapitado en la ciudad de Fogán. Sobresalió con sus virtudes de gran mansedumbre, modestia y fervor apostólico.

Benedicto XIV en el Consistorio del 16 de septiembre de 1748 y Pío X en la Carta Apostólica de Beatificación del 11 de abril de 1909 lo declararon Protomártir de China. Fue beatificado el 2 de mayo de 1909 y canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.

Los cinco misioneros siguientes desplegaron su actividad apostólica en los años 1715-1747 en un período de persecución iniciado en 1728 y más recrudecida en 1746. Era la época de los emperadores Yung-Cheng y del hijo K'ien-Lung.

El edicto de condena, emanado del Virrey el 18 de diciembre de 1746, tiene las siguientes acusaciones: "Pedro Sans, por ser jefe de la religión cristiana que vuelve locos a hombres y mujeres con una falsa doctrina, sea pronto decapitado. Francisco Serrano, Joaquín Royo, Juan Alcober y Francisco Díaz, por haber inducido y engañado al pueblo con la misma falsa doctrina, son declarados reos de decapitación. Mientras tanto esperen en la cárcel un decreto ulterior".

Con la confirmación del Emperador, el obispo Sans fue ajusticiado el 26 de mayo de 1747. Por autoridad del Virrey, el 28 de octubre de 1748, en la misma cárcel, el obispo Serrano y el presbítero Royo fueron asfixiados; los hermanos Alcober y Díaz estrangulados. Todo sucedió en la ciudad de Foochow o Fuzhou, capital de Fukién.

Benedicto XIV los elogió en los Consistorios del 16 de septiembre de 1748 y del 24 de enero de 1752. Fueron beatificados por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizados por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.


San PEDRO SANS Y JORDÁ, obispo 
(1680-1747)

Nació en Ascó (Tarragona) el 3 de septiembre de 1680. Tomó el hábito dominicano en el convento de Lérida con el nombre de Pedro Mártir, en honor del primer mártir canonizado dominico. Ordenado sacerdote en 1704, llegó a China en 1715, a la provincia de Fukien, extendiendo el apostolado a Canton y desempeñando el cargo de vicario provincial de la misión. En 1730 fue nombrado obispo titular de Mauricastro. Habiendo regresado entre los cristianos de su vicariato, mientras actuaba en la clandestinidad, fue denunciado con los otros hermanos y el 30 de junio de 1746 se dejó capturar espontáneamente para evitar represalias contra los cristianos. Tras soportar larga y dura prisión muere decapitado el 26 de mayo de 1747, habiendo destacado por su gran humildad, audacia y fervor misionero. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.


San FRANCISCO SERRANO FRÍAS, obispo electo 
(1695-1748)

Nació en Hueneja (Granada) el 4 de diciembre 1695. A los 18 años tomó el hábito en el Convento de Santa Cruz la Real de Granada. En 1725 llega a Filipinas y en 1738 a China, donde fue misionero durante más de 20 años. Ya en la prisión, le llega el nombramiento de obispo titular de Tipasa y coadjutor del Vicario Apostólico de Fukien, Pedro Sans, pero no pudo recibir la consagración episcopal. Muere por asfixia, y luego su cadáver fue quemado, el 25 de octubre de 1748. Se conservaron algunas reliquias suyas. Tuvo gran austeridad, devoción al rosario y fervor misionero. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.


San JUAN ALCOBER FIGUERA, presbítero 
(1694-1748)

Nacido en Granada el 21 de diciembre de 1694. Vistió el hábito dominicano en el Convento de Santa Cruz la Real de su ciudad. Partió hacia Manila, Filipinas, en 1725, donde pasó 3 años. En 1728 llegó a China donde predicó el Evangelio durante 20 años. En1741 es vicario provincial de la misión. Apresado en 1746 muere ahorcado el 28 de octubre de 1748, siendo después su cadáver quemado. Se distinguió especialmente por su eficacia apostólica. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.


San JOAQUÍN ROYO PÉREZ, presbítero 
(1691-1748)

Nació en Hinojosa (Teruel) en septiembre de 1691 y recibió el hábito dominicano en Valencia. A los 21 años, todavía no era sacerdote, viaja para Manila, Filipinas, en 1712 y en 1715 entra en China, donde ejerció el apostolado durante 33 años. Para evitar mayores vejaciones a los cristianos por parte de los perseguidores que lo buscaban, por consejo del obispo Pedro Sans, se entregó en sus manos en 1746. Muere el 28 de octubre de 1748, como los otros compañeros, asfixiado y después su cuerpo quemado. Era de una extraordinaria piedad y de gran eficacia apostólica. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.


San FRANCISCO DÍAZ DEL RINCÓN, presbítero 
(1713-1748)

Es el más joven del grupo. Nació en Écija, Sevilla, el 2 de octubre de 1713, y en esta ciudad se hizo religioso en 1730, en el Convento de San Pablo. Impulsado por un ferviente espíritu misionero en 1735 ya estaba en Filipinas y recibe el sacerdocio en Manila. Llegó a China en 1738. Pocos años después, en 1746, fue apresado y, después de grandes sufrimientos, muere ahorcado el 28 de octubre de 1748, siendo después quemado su cuerpo. Era religioso de gran piedad y espíritu penitencial. Fue beatificado por León XIII el 14 de mayo de 1893 y canonizado por Juan Pablo II el 1 de octubre del 2000.

(fuente: dominicos.org)

otros santos 28 de octubre:

San Rodrigo Aguilar Alemán
- San Simón y San Judas Tadeo, apóstoles

martes, 27 de octubre de 2015

27 Octubre: Beato Salvador Mollar Ventura

Religioso y mártir.

Nacido en Manises, Valencia, el 27 de marzo de 1896, hijo de Bautista Mollar y María Muñoz, muy pobres pero piadosos.

De niño y joven se distinguió por su piedad, organizó la Asociación del Rosario en su barrio, formó parte de la Adoración Nocturna y la Conferencia de San Vicente de Paúl y enseñaba el catecismo a los niños.

Hizo el noviciado de los Hermanos Menores Franciscanos en 1921 y la Profesión solemne el 25 de enero de 1925. Alegre, jovial y optimista. Limpio y ordenado, devoto de la Santísima Virgen.

Al iniciarse la guerra civil, en 1936, era sacristán en el convento de Benisa. Al dispersarse los religiosos, se refugió primero donde unos bienhechores, y luego, para no comprometerlos, se fue a su familia, donde fue detenido y encarcelado a finales de octubre, y fusilado el 27 del mismo mes y año, en el “Picadero de Paterna”, y enterrado en Valencia. Su cadáver mostraba signos de tortura.

Él es uno de los 233 mártires de la Guerra Civil española, para ver más sobre los 233 mártires en España haz "click" AQUI

(fuentes: franciscanos.net; catholic.net)

otros santos 27 de octubre:

- Santa Balsamia
- Beato Bartolomé de Vicenza

lunes, 26 de octubre de 2015

26 de octubre: San Tadeo Machar

n.: c. 1455 - †: 1492 - país: Italia
otras formas del nombre: Thaddeus Macher, Tadhg Mac Carthaigg, Tadhg McCarthy
canonización: B: León XIII 1895
En Borgo Sant’Antonio, del Piamonte, muerte del beato Tadeo Machar, obispo de Cork y Cloyne, en Irlanda, el cual, víctima de las envidias de los poderosos, tuvo que salir de su país, y de viaje hacia Roma descansó en el Señor.

Muy poco sabemos sobre la juventud de Tadeo, que fue el único irlandés elevado al honor de los altares durante el período comprendido entre la canonización de Lorcan O'Toole (1228) y la beatificación de Oliver Plunket (1920). Pertenecía a la familia real de los MacCarthy. Nació en la región de Munster, conocida actualmente con el nombre de Desmond. Su padre era señor de Muskerry y su madre era hija de Fitzmaurice, señor de Kerry. El nombre de Tadeo fue muy común en la familia durante siete siglos. Se dice que él hizo sus primeros estudios bajo la dirección de los frailes menores de Kilcrea. Después, partió al extranjero. Según parece, se hallaba en Roma en 1482 (tenía entonces veintisiete años), cuando el papa Sixto IV le nombró obispo de Ross, en Irlanda. Tres años más tarde, cuando Enrique Tudor empezó a gobernar tres reinos, los geraldinos yorkistas decidieron imponer a su propio candidato en la sede de Ross. Desde que el Papa había nombrado obispo al beato Tadeo, el auxiliar de su predecesor, Hugo O'Driscoll, estaba descontento. Los enemigos de Tadeo alegaron que éste había obtenido del Pontífice la dignidad episcopal con engaños. También le acusaron de otros crímenes. El conde de Desmond se apoderó de las rentas de la sede, y el obispo tuvo que refugiarse en una abadía cisterciense, en las cercanías de Palma, que el obispo de Clogher le había dado 'in commendam'. Las maquinaciones de los Fitzgerald dieron por resultado que la Santa Sede suspendiese al beato Tadeo en 1488. Éste entonces acudió a Roma para defender personalmente su causa. Al cabo de dos años de investigaciones, el Papa Inocencio VIII confirmó la elevación de Hugo a la sede de Ross, pero nombró a Tadeo obispo de las diócesis unidas de Cork y Cloyne, que estaban entonces vacantes.

Cuando el beato llegó a su diócesis, tuvo la desagradable sorpresa de ver que se le cerraban las puertas de su propia catedral y que las rentas de la sede se hallaban en manos de los Fitzgerald, los Barry y otros. En vano intentó hacer valer sus derechos y de conseguir, por medios pacíficos, que se le reconociese. Como todo resultase inútil, decidió partir nuevamente a Roma y apelar a la Santa Sede. El Papa condenó a los usurpadores y dio al beato cartas para el conde de Kildare, que era entonces jefe del gobierno en Irlanda, para los principales miembros del clan del propio Mateo y para otros personajes de importancia. En ellas, el Pontífice los exhortaba a proteger al beato y hacer triunfar la causa de la justicia. El beato Tadeo emprendió, a pie, el viaje de vuelta. El 24 de octubre de 1497 llegó a Ivrea, al pie de los Alpes y se hospedó en la posada de los canónigos regulares de San Bernardo de Montjoux. A la mañana siguiente, le encontraron muerto en su lecho.

Los canónigos revisaron el equipaje del muerto y se enteraron de quién se trataba. Inmediatamente comunicaron la noticia al obispo de Ivrea, el cual mandó que fuese sepultado con la mayor solemnidad. Pronto corrió la noticia de la muerte de aquel obispo que viajaba a pie y de incógnito, como un humilde peregrino y todo el pueblo asistió a los funerales en la catedral. Las personas piadosas siguieron visitando el sepulcro, y así empezó a extenderse el culto popular, favorecido por numerosos milagros. Mons. Richelmy, obispo de Ivrea y Mons. Callaghan, obispo de Cork, promovieron la causa de beatificación de Tadeo, cuyo culto fue finalmente aprobado en 1895. Su fiesta se celebra en las diócesis de Ivrea, Ross, Cork y Cloyne.

No poseemos muchos datos sobre el beato Tadeo. Las lecciones del oficio del día de su fiesta pueden verse en lrish Ecclesiastical Record (1896), pp. 859-861. El decreto de confirmación del culto se halla en Analecta Ecclesiastical, vol. III (1895), p. 456; dicho decreto da pocos detalles biográficos y habla más bien de los milagros obrados por el beato en Ivrea. Cf. V. Berardi, ltaly and lreland in the Middle Ages (1950).

hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
(fuente: eltestigofiel.org)

otros santos 26 de octubre:

- Beata Celine Chludzinska Borzecka

domingo, 25 de octubre de 2015

25 de octubre: Santos Frutos del Duratón, Valentín y Engracia.

SAN FRUTOS
Patrono de Segovia (España)

SAN VALENTÍN Y SANTA ENGRACIA
Mártires (Siglos VII-VIII)

Aquella España visigoda había conocido días gloriosos: las victorias de Leovigildo, el entusiasmo de los Concilios toledanos, el rumor de las escuelas de Toledo y de Sevilla, la ciencia universal de San Isidoro. Había unidad política y unidad religiosa: todos los pueblos de la Península obedecían a una misma ley divina y humana: todos acataban las órdenes del mismo rey. Pero a las entusiastas aclamaciones del tercer Concilio de Toledo (539), a la gloria más serena del cuarto, presidido por San Isidoro (633), había sucedido un cansancio general y como una oculta tristeza al ver agotadas todas las posibilidades. Las escuelas se eclipsan, las grandes figuras desaparecen, los obispos, cada vez más cortesanos, conjuran con los magnates; los reyes se agarran a su trono, presa de un continuo sobresalto; San Julián anuncia el fin próximo del mundo, y, bajo el presentimiento de un gran mal desconocido, escribe angustiosamente San Ildefonso: «De tal manera se encoge el vigor de nuestras almas por la malicia de los tiempos, que al pensar en los males que nos amenazan perdemos todo aliciente para vivir.»

Es el momento en que aparece San Fructuoso predicando el retiro del mundo en todo el occidente de la Península. Las muchedumbres le escuchan, comprendiendo que aquél es el llamamiento que necesita el mundo en decadencia; los discípulos le rodean, surgen monasterios por todas partes, y los que no caben en los monasterios se esconden en cuevas inaccesibles o entre el misterio de los bosques. Así lo hacen tres ciudadanos de Segovia: Frutos, Valentín y Engracia. Eran nobles, ricos, poderosos en su tierra; pero, impulsados tal vez por aquellos aires de pesimismo que silbaban sobre la sociedad española del siglo VII, y movidos, sobre todo, por el ideal sobrenatural del Evangelio, repartieron sus riquezas a los pobres, y un buen día desaparecieron de la ciudad. Ahora el desierto era su nueva morada. Valentín y Engracia vivían en dos pobres ermitas junto a un pueblo que hoy se llama Caballar, cinco leguas al norte de Segovia; Frutos había querido ir más lejos, y se escondió entre las San Frutosfragosidades de un monte, al otro lado de Sepúlveda, cerca del río Duratón.

Todos tenían el mismo programa de vida: orar, comer hierbas, dormir poco, martirizar el cuerpo; en una palabra, servir a Dios.

¡Felices ellos! Un día su desierto empezó a llenarse de fugitivos.

—¿Qué sucede?—decían los solitarios—. ¿Por qué nos robáis nuestra paz?

Ya no hay paz para nadie; España arde, se derrumba una monarquía, y un pueblo entero se pierde. El mal presentido ha llegado. Los bereberes de Taric han derrotado a don Rodrigo. Las ciudades de Andalucía abren sus puertas; Sevilla, Córdoba, Mérida y Toledo son ya musulmanas. En el norte es mayor la resistencia y mayor también la venganza del invasor. «Cuelga en el patíbulo a los nobles varones, despuebla las ciudades con la espada y la cautividad, incendia los palacios y los alcázares, crucifica a los ancianos 'y a los poderosos, hace esclavos a los jóvenes y apaga la vida de los niños en los pechos de sus madres; y aquellos que para evitar su furor se esconden en los senos de las montañas, mueren en ellas de hambre y de miseria.» Así dice un cronista, testigo de la catástrofe.

Los mismos fugitivos no siempre pueden evitar el golpe de la espada. Una banda de moros llega al lugar donde se alzan las ermitas de Engracia y Valentín. Los dos hermanos oran; apenas si se dan cuenta de los hombres del turbante, que están delante de ellos; apenas han tenido tiempo para hacer su confesión de fe, cuando su sangre riega el suelo y su alma camina en busca de un mundo mejor. Son mártires de Cristo.

El invasor sigue adelante, penetra en los montes de en ciñas y castaños, llega a la peña enhiesta, donde Frutos tiene su cueva. También él va a morir. A él la muerte no le importa; sería su liberación; pero allí, a su lado, hay una multitud de cristianos que han venido huyendo del enemigo. Su suerte le mueve a compasión; levanta los ojos al Cielo, hiere la roca con su bastón, y cuando los moros van a llegar hasta ellos, se abre el peñasco sobre el cual caminan. Ha salvado a sus compatriotas, pero él tendrá que seguir lacerándose en el yerno y aguardando impaciente el momento de unirse a sus hermanos. Además, le alentaba un pensamiento: sabía que ningún huracán podría destruir aquella verdad evangélica por la cual él sufría. Y tal vez en sus iluminaciones veía la figura de un compatriota suyo que allá en la lejanía de los siglos seguía iluminando con la fe de Cristo la patria liberada. Su nombre y el de esa lumbrera de la fe, el santo Claret, aparecerán un día unidos en la misma página del calendario.

(fuente: www.divvol.org)

otros santos 25 de octubre:

- San Bernardo Calbó
- San Antonio de Santa Ana Galvão

sábado, 24 de octubre de 2015

24 de octubre: Beato José Baldo

José Baldo nació el 19 de febrero de 1843 en Puegnago, en la ribera occidental del Lago de Garda, en la provincia de Brescia, sexto de nueve hijos de Ángel Baldo, agricultor, e Hipólita Casa, obstetra. De los ocho hermanos, seis murieron en tierna edad (la mortalidad infantil era una plaga que marcaba la existencia de muchas familias hasta hace pocos decenios). Sus padres, en particular su madre, le dieron una educación moral y religiosa encomiable; aprendió la aversión a la falta de compromiso, y la precisión en el cumplimiento del propio deber.

A los 16 años ingresó en el Seminario Diocesano de Verona, diócesis a la que pertenecía Puegnago, distinguiéndose por su ejemplar comportamiento, aplicación a los estudios, espíritu de piedad y ardor apostólico, por lo cual le fue concedido por la Santa Sede el permiso de ser ordenado con tan solo 22 años, el 15 de agosto de 1865. Luego de un breve desempeño en 1866 como vicario parroquial en Montorio (Verona), fue enseguida reclamado por el Seminario, donde le fue confiada la vicedirección del Colegio Episcopal de Verona, encargo que cumplió por más de 17 años, mostrándose un óptimo educador y plasmador de almas. Escribió un manual de oración, homilías y reglas disciplinarias.

Después de este largo período de fecunda labor en el Colegio, pidió y obtuvo de su obispo el poder dedicarse a un campo más amplio, por lo que fue asignado a la parroquia de Ronco all’Adige (Verona), de la que tomó posesión el 17 de noviembre de 1877, casi de incognito, para evitar el choque con grupos masónicos que lo habían amenazado de muerte de usar la solemnidad acostumbrada en esas ocasiones. Consciente y convencido de que todo aquello que hace a la promoción humana de las personas es tarea también del pensamiento y acción del párroco, reunió esfuerzos para la realización de un vasto plan de acción social y caritativa, dirigido a auxiliar a todas las personas en sus necesidades temporales y espirituales. Convocó mujeres para la asistencia gratuita a enfermos en sus domicilios, fundó una sociedad de socorros mutuos para defender a los pobres de los usureros, instituyó un asilo infantil gratuito, una escuela de oficios, una biblioteca circulante. En 1888 fundó un hospital para enfermos pobres y ancianos abandonados, en 1893 un asilo de ancianos, y al año siguiente la «Caja Rural Católica», para préstamos y depósitos a intereses acomodados. En plena época de emigración, plaga del Véneto en esos años, difundió un «Decálogo del emigrante», aun antes de la «Rerum Novarum» de León XIII (1891).

En el campo religioso, puso la Eucaristía en el centro de la vida espiritual, difundió el Apostolado de la oración y la enseñanza de la Doctrina Cristiana. Para implicar a los laicos en el apostolado, en 1882 instituyó un comité de hombres y la asociación de madres cristianas; para formar a los jóvenes en la virtud y en la devoción a la Virgen instituyó en 1882 el Oratorio femenino u en el 85 el masculino. En 1894 funda la congregación de las Pequeñas Hijas de San José, para asistir en esas obras de labor social -en especial en el Hospital- y religiosa que tenía emprendidas.

Después de tantos trabajos y pasados 22 meses de dolorosa enfermedad, el 24 de octubre de 1915 el P. José Baldo murió a los 72 años en Ronco all’Adige. Fue proclamado beato en Roma el 31 de octubre de 1989 por SS. Juan Pablo II.

Traducido y resumido para ETF de un articulo de Antonio Borrelli. 
(fuentes: Santi e Beati; eltestigofiel.org)

otros santos 24 de octubre:

- San Antonio María Claret
- San Luigi Guanella

viernes, 23 de octubre de 2015

23 de octubre: San Alucio

San Alucio, patrono de Pescia de Toscana, era pastor.

Debido al gran interés que se tomó por el hospital de Val di Nievole, fue nombrado director de él y se le considera como su segundo fundador.

Más tarde, Alucio se dedicó a fundar albergues en los puertos y pasos peligrosos de las montañas y a otras obras de beneficencia pública, tales como la construcción de un puente sobre el Arno.

Los jóvenes que formó para el servicio en los hospitales, recibieron el nombre de hermanos de San Alucio.

Se cuentan muchos milagros del santo y a él se atribuye la reconciliación entre las ciudades enemigas de Ravena y Faenza. En 1182, cuarenta y ocho años después de la muerte de San Alucio, sus reliquias fueron trasladadas al hospital de Val di Nievole, que recibió su nombre.

El culto del santo fue confirmado por Pío IX, quien concedió una misa propia para el día de su fiesta.

escrito por: O. C. Moreno 
(fuentes: ar.geocities.com/misa_tridentina04; catholic.net)

otros santos 23 de octubre:

- San Juan de Capistrano
- San Ignacio de Constantinopla

jueves, 22 de octubre de 2015

22 de octubre: San Abercio de Hierápolis

(s.ll-III)

La vida y milagros de San Abercio no son hoy muy conocidos del pueblo cristiano. Y, sin embargo, es este Santo una figura gigante de la primitiva Iglesia, con una aureola de hechos y milagros que le mereció el titulo de "isapóstol", igual a los apóstoles.

Tal vez el mismo esplendor de sus portentos contribuyó a eclipsar la gloria de su nombre en siglos poco amigos de lo sobrenatural. Son, efectivamente, tantos y tan ruidosos los prodigios que se le atribuyen, que algunos han puesto en tela de juicio la misma realidad histórica del personaje, buscando en ello armas contra la Iglesia catolica, que lo venera en el catálogo de sus santos desde remota antigüedad. ¿Pero es que acaso no pudo Dios suscitar a fines del siglo II de nuestra era un taumaturgo de la talla de tantos otros que han destacado antes y después a lo largo de la historia? ¿Es que se había agotado ya la omnipotencia divina con la acción carismática de los apóstoles? ¿No se hacía sentir la necesidad de una intervención especial de Dios precisamente en momentos en que arreciaba la persecución contra la Iglesia? ¿Habían tal vez perdido su virtualidad aquellas palabras del Salvador (Mc. 16,17,18), que dijo: "A los que crean Ies acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los demonios hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes, y, si bebieren una ponzoña, no les dañará, pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud"? ¿No prometió también el Señor (Lc. 17,5) que quien tuviera fe como un grano de mostaza diría a un sicómoro "Desarráigate y plántate en el mar", y el árbol obedecerá? No es que hayamos de admitir ciegamente todos los relatos fabulosos de los antiguos biógrafos. Posiblemente la fama y el tiempo han ido envolviendo los hechos con el ropaje y las mallas de lo mítico. Mas ¿cómo ahora, a la distancia de tantos siglos, descarnar los hechos en su realidad histórica y discernir lo verdadero de lo legendario? No cabe aquí otra actitud que la adoptada por el gran historiador romano Tito Livio, cuando dice, refiriéndose a los origenes de Roma: "Aquellos hechos antiguos que aparecen embellecidos con el ropaje de la fantasía no es mi intención ni afirmarlos ni negarlos. Hay que perdonar a la antigüedad ese afán de mezclar lo divino con lo humano, porque así realza con caracteres más augustos el origen de los pueblos" (Llv., Praef., 6).

En realidad, el historiador no debe por sistema rechazar toda leyenda antigua. Pertenecen al tesoro de la humanidad y, bajo el oropel de fantásticas adherencias, contienen un tuétano de verdad, que muchas veces vienen a confirmar con el tiempo modernas investigaciones o hallazgos arqueológicos.

Así ha sucedido con el milagroso San Abercio. Obispo de Hierápolis en la segunda mitad del siglo II y principios del III, fue objeto de veneración desde muy antiguo en la Iglesia griega, propagándose luego su culto a la Iglesia latina, que lo incorporó al martirologio romano. Y cuando precisamente más se ensañaba con él la critica racionalista se producen, a fines del siglo pasado, los descubrimientos del arqueólogo W. M. Ramsay cerca de Esmirna y en el lugar del emplazamiento de la antigua Hierápolis. Estos descubrimientos vienen a autentificar el epitafio con que todos los biógrafos cierran la vida de San Abercio. El epitafio ha sido objeto de una extensa literatura. Y la autenticidad del epitafio ha sido la base para reivindicar la figura y la vida del Santo.

Hoy su vida, que se nos habia transmitido en diversas versiones por el cauce de múltiples códices, ha sido incorporada por Nissen a la edición teubneriana, la colección de escritores griegos y latinos más acreditada en el mundo.

Los biógrafos nos presentan al Santo en el apogeo de su gloria, triunfando sobre la idolatría pagana. El escenario es su sede de Hierápolis. El momento histórico, la llegada del decreto imperial mandando ofrecer sacrificios a los dioses. El decreto viene firmado por Marco Antonio y Lucio Vero. El encargado de su ejecución es Publio, gobernador de Frigia.

Abercio no puede contenerse al ver la profanación y la apostasía de su pueblo. Los días y las noches los pasa en continua vigilia y oración. "Dios de las misericordias —dice entre gemidos—, criador y conservador providente del mundo, guarda a mis ovejas fieles a la voz del divino Pastor y líbralas de los peligros del lobo que amenaza devorarlas." Pasaron así muchos días. Mas he aquí que una noche vió en sueños un joven que, entregándole una vara, le decia: "Levántate, Abercio: ve y castiga en mi nombre las apostasías de este pueblo". El Santo despierta sobresaltado y, convencido de que Dios guiaría sus pasos, se lanza como el huracán hacia el foro, lleno de ira como Moisés al bajar del monte, y, arremetiendo contra los dioses, los destroza y desmenuza contra el suelo, Después, volviéndose contra los sacrílegos profanadores, que, mudos de pavor, contemplaban la escena, les dice con todo énfasis: "Id al Senado y decid a vuestros jefes que los dioses, borrachos de la orgia de esta noche, han entablado una batalla campal y se han deshecho unos a otros".

La reacción popular no se hizo esperar. Las gentes, azuzadas por los sacerdotes y ministros de los ídolos, deciden poner fuego a la casa de Abercio. Quieren que en ella perezca el obispo con sus fieles. El Senado les hace desistir, ante el temor de que el fuego se corra por toda la ciudad. Ponen el caso en manos del gobernador Publio, rogándole que dé al culpable su merecido.

Los cristianos corren a llevar la noticia a su obispo y le suplican que se ponga a salvo con la huida. El Santo responde decidido: "¿Cómo huir, cuando los apóstoles iban alegres al martirio por amor de su Señor?", y lleno del espíritu de Dios sale inmediatamente con los suyos, atraviesa la ciudad y comienza a predicar en medio del foro la doctrina de Cristo. Al punto llega la multitud enardecida, clamando furiosa contra Abercio y sus seguidores. Cuando ya se disponía a descargar su ira contra ellos se presentan inesperadamente tres jóvenes posesos, que, acometiendo furiosamente a dentalladas y golpes, alejan de allí la multitud y en seguida ellos, como corderillos, caen postrados a los pies del Santo. Abercio se pone en oración, golpea suavemente a los tres posesos y los libra del demonio. La multitud, al darse cuenta del milagro, se acerca al Santo pidiendo a gritos la iniciación y el bautismo, Allí mismo comienza Abercio su catequesis. Hasta el anochecer estuvo el Santo obispo instrayendo al pueblo sobre la necesidad de la penitencia y la misericordia de Dios. Cuando, terminado el día, el Santo se retira a su casa, la gente le iba acompañando insistiendo en su demanda. Allí continúan horas y horas en actitud suplicante, sin que por un momento se acallaran los gritos, hasta que, al fin, vencido Abercio al filo de la medianoche, salió fuera y, movido de divina inspiración, comenzó a administrar el santo bautismo. Rápidamente creció el número de los fieles. El catecumenado de Hierápolis se vió incrementado por gentes que venían de toda el Asia Menor. Frigia, Lidia, Caria iban suministrando grandes contingentes de neófitos. Abercio no se cansaba de catequizar y bautizar. La fama de su doctrina y la gloria de sus milagros corría de boca en boca.

Un día, mientras se ocupaba, como de costumbre, en instruir a los catecúmenos, se acercó al Santo una noble matrona. Se llamaba Frigela. Era madre de Eugeniano, privado del emperador. Venia conducida del brazo por su servidumbre, pues había perdido completamente la vista. Frigela, llena de fe y confianza, se echó a los pies del Santo y le suplicaba diciendo: "¡Oh tú, el más respetable de los mortales! Apiádate de mí y devuélveme la vista. Que pueda ver otra vez la luz radiante del sol, Tengo muchas riquezas, familia, bienes de fortuna, posesiones inmensas. Pero soy la más miserable del mundo. ¡Ojalá que sólo viera, aunque careciera de todo lo demás! Socórreme, por favor. Tengo un hijo que puede mucho ante el emperador. Pero, ¡ah!, no me es posible verle con estos ojos apagados tanto tiempo ha".

"Mujer—contestó el Santo—, yo no soy más que un gran pecador. Sólo Dios puede hacer lo que me pides." Pero, hecha una pausa, el Santo se pone en oración y, fijando luego su vista en la afligida matrona, le dice: "Si de verdad crees en el Señor, El te puede curar, como curó al ciego de nacimiento". Y ella: "Creo que Cristo es el verdadero Dios. En su nombre tócame los ojos y cúralos". Las lágrimas confirmaban la sinceridad de su fe.

El Santo entonces, movido por Dios, dijo:

"Ven, luz verdadera Jesucristo, y abre esos ojos a la luz. Si de verdad cree en Cristo, que recobre al punto su vista y que esta vista corporal sea prueba de la interior iluminación." Al instante la ciega vió. La multitud quedó estupefacta ante el milagro. Todos dieron gracias a Dios. Se ausento Frigela, profundamente reconocida al Santo. Luego Abercio, como la cosa más natural, continuó su catequesis.

La curación de Frigela tuvo gran resonancia. Por Eugeniano, su hijo, llegó la noticia a oídos de la familia imperial. El hijo, gozoso, voló a abrazar a su madre y a agradecer al Santo la curación. La fama de Abercio crecía como la espuma. De todas partes acudían los enfermos y lisiados, en demanda de salud. Los milagros se multiplicaban a la voz del santo obispo. Pero en lo que más se puso de relieve su poder fue en echar los demonios de los cuerpos.

Una vez, despechado el maligno contra el siervo de Dios, le dijo amenazador: "Ya me lo pagarás, Abercio. Quieras que no, te voy a hacer ir a Roma mal que te pese". Aquella misma noche el Señor consoló al Santo y confirmó su misión: "Sí, irás a Roma—le dijo—, yo te ayudaré. Allí tu presencia contribuirá a difundir mi nombre y mi doctrina". El Santo se tranquilizó y contestó sumiso: "Hágase, Señor, tu voluntad".

Así fue, en efecto. La hija del emperador, llamada Lucita, cayó en posesión diabólica. Daba pena ver a aquella muchacha, joven de dieciséis años, que antes eclipsaba con su hermosura a todas las de su edad, lanzarse ahora por el suelo y gritar con rabia, mientras se desgarraba a mordiscos manos y piernas y se retorcía en contorsiones dantescas. Faustina, su madre, y el emperador lloraban inconsolables su desgracia. En vano imploraron la ayuda de los sacerdotes y arúspices de todas las religiones de Italia. El demonio cada día iba haciendo mayores estragos en su hija.

Afortunadamente el emperador supo por Eugeniano el poder taumatúrgico del obispo de Hierápolis. Le hace venir a Roma. El camino fue una siembra de prodigios. La emperatriz Faustina le recibe complacida. Su marido había tenido que ausentarse rápidamente de Roma para contener el avance de los bárbaros, que acababan de pasar las fronteras del Imperio. Faustina, al verle, quedó prendada del hombre de Dios y, llena de confianza, le rogó con lágrimas en los ojos que librara a su hija del demonio.

Abercio pidió que le presentaran la muchacha. Ella, al encontrarse en presencia del Santo, contra su costumbre, comenzó a dar muestras de jubilosa alegría. Por su boca habló el demonio diciendo, triunfador, al Santo: "¿Ves, Abercio? ¿Ves cómo has venido? He salido con la mía". El Santo contestó sereno: "Sí, es verdad, he venido; mas para tu ruina, porque Dios está conmigo".

Después ordenó que llevaran a Lucila al hipódromo. Dios inspiró a su siervo dar gran publicidad al milagro, y para eso el hipódromo era un escenario muy a propósito. La multitud acudió allí de todas partes. El demonio, presagiando su derrota, extremó su tortura en los últimos momentos. Daba lástima ver a la hija del emperador en aquel estado de furiosa posesión diabólica. Pero pronto se acabará el poder del maligno.

El Santo, puesto en oración, intimó al demonio y le dijo: "Sal de esta joven. Yo te lo mando en el nombre de Cristo". A esta voz la joven cayó como muerta a los pies del Santo. Su madre y la multitud que la acompañaba prorrumpió en un clamoroso llanto. Abercio calmó a la multitud y, dirigiéndose de nuevo al demonio, le dijo "Pues que tú te empeñaste en traerme a Roma contra mi voluntad, ahora, en nombre de Jesucristo, yo te mando que cargues esta ara y la lleves a cuestas hasta Hierápolis y la coloques allí junto a la puerta austral'. El demonio, obediente como un corderillo, cargó con la piedra y fue a dejarla donde el Santo le mandó. Mientras tanto la joven Lucila, vuelta en sí, se arrodilló con su madre a los pies de Abercio, en actitud de profundo agradecimiento.

Se sabe que, en recompensa al Santo, la emperatriz mandó embellecer la ciudad de Hierápolis dotándola de baños públicos y lugares de culto para los cristianos.

En cuanto a Abercio es notorio que, a su vuelta, fue recibido por su pueblo con grandes manifestaciones de entusiasmo y que conservó siempre vivo e imperecedero recuerdo de su viaje a Roma y de las cristiandades por él visitadas. El mismo se preparó el sepulcro y personalmente redactó su epitafio fúnebre. En él quiso perpetuar las impresiones de su viaje. Todos consideran este epitafio como un monumento de valor histórico, teológico y arqueológico incalculable. Dice así, traducido del original griego:

"1. Ciudadano de una ciudad ilustre, yo hice en vida este monumento, a fin de tener en él un lugar de reposo para mi cuerpo. Mi nombre es Abercio, Soy discípulo de un pastor casto que apacienta su rebaño de ovejas por montes y llanuras.—5. Sus ojos son grandes y ve con ellos todas las cosas. Él es el que me ha enseñado las palabras de la vida cristiana: Él quien me envió a Roma, a contemplar la magnificencia de aquella ciudad y ver a su emperatriz engalanada con vestidos y calzado de oro. Allí vi un pueblo que llevaba en su mano brillantes anillos.—10. Vi también la llanura de Siria y todas las ciudades y Nísibe al otro lado del Eufrates. Por todas partes desde Oriente me encontré con hermanos en la fe. La fe me acompañó a todas partes y ella fue la que me procuró para comida un pez muy grande y puro, que pescó una virgen inmaculada. 15. Ella misma lo dió a comer entero a sus amigos; ella, que tiene un vino delicioso y lo ofrece mezclado con pan. Yo, Abercio, a la edad respetable de setenta y dos años, he mandado grabar esto. Que ruegue por mí el hermano que lo entienda.—20. Que nadie se atreva a colocar otro túmulo encima de mi tumba; de lo contrario tendrá que pagar dos mil piezas de oro al fisco romano y mil a mi querida ciu dad de Hierápolis".

Con este epitafio, muchos de cuyos fragmentos han sido hallados por Ramsay, la arqueología da un mentís rotundo a los que quisieron impugnar a la Iglesia basándose en la no historicidad de San Abercio. Desmiente también la teoría de ciertos sabios que le quisieron hacer sacerdote de Cibeles y de Atis, o de otros cultos del sincretismo religioso de su tiempo, y confirma el sentir de la Iglesia griega y romana, que han registrado el nombre del gran obispo de Hierápolis en el catálogo de sus héroes y de sus santos.

escrito por José Jiménez Delgado C. M. F 
(fuente: www.mercaba.org)

otros santos 22 de octubre:

- Santas Nunila y Alodia
- Beato Juan Pablo II

miércoles, 21 de octubre de 2015

21 de octubre: San Hilarión

La primera edad de la Iglesia fue la de las persecuciones que se desataron contra ella, suscitadas principalmente por el Imperio romano durante tres siglos. A ésa sucedió una era de paz iniciada por el emperador Constantino, que en el año 313 declaró lícito el culto cristiano y él mismo se convirtió al cristianismo. Si en la primera floreció principalmente la fe heroica de los mártires, que ornaron a la Iglesia con la púrpura de su sangre, en la segunda viéronse pulular ejemplos de virtudes solidas y perfectas, como frutos propios del árbol de la Iglesia.

El día 21 de octubre celebra ésta la fiesta de San Hilarión, abad, nacido en Tabatha, cerca de la ciudad de Gaza, en Palestina, Su vida es admirable por resplandecer en ella la supremacía del espíritu y la fidelidad en seguir los movimientos de la gracia, que ora le lleva al desierto, viviendo largos años en la contemplación y desasimiento de todo lo que halaga a la carne y a las pasiones, ora le hace dedicarse a hacer el bien a aquellos que, subyugados por su ejemplo, le piden que les deje imitar su vida bajo su dirección, y a socorrer milagrosamente con actos de caridad espiritual y corporal a las gentes afligidas que acuden a él implorando su socorro.

La fecha de su nacimiento no consta abiertamente, pero podemos deducirla por el aserto de San Jerónimo, de que a la muerte de San Antonio (en el año 356), tenía Hilarión sesenta y cinco años de edad.

Llamó poderosamente la atención, en todos los países por donde discurrió, por sus grandes virtudes de abstinencia, recogimiento, oración, humildad, caridad y estupendos milagros, y liberación de espíritus impuros.

Algunos han negado su historicidad, creyéndolo un engendro de la imaginación de los primeros siglos cristianos; pero eso es insostenible ante el testimonio concorde de los escritores más autorizados. San Jerónimo, sobre todo, en su Vita Patrum (Migne, PL 3,29,54 ); San Atanasio, San Epifanio, Sozomeno (que dice que él mismo estaba emparentado con Hilarión), Surio, Metafrastes, Lipomano, Hesiquio (discípulo e íntimo de Hilarión), cuyas citas pueden verse en Acta Sanctorum, oct., t.9 pp. 37ss, compiladas por el padre Víctor van Bruck, S. I., el cual reproduce la Vita S. Hilarionis, de San Jerónimo, tomada de varios códices de Bruselas. Y últimamente el profesor Juan Pedro Kirsch, catedrático de Arqueología de la Universidad de Friburgo, da cuenta de un ejemplar descubierto por Papadopoulos-Kerameus, de una vida de San Hilarión, escrita en griego (The Catholic Encyclopedia [Nueva York 1920], t.7 pp.347,348).

Aunque era palestinense, no era judío, pues los israelitas tenían sus confines muy delimitados. Era, pues, la suya una familia pagana, de posición acomodada. Según lo describe San Jerónimo, cuando salió de su casa para ir a cursar los estudios a Alejandría, emporio entonces del saber humano, era un jovencito de quince años, rubio, de complexión delicada, pero dotado de un alma noble, una voluntad ferrea y hambriento de la verdad, cualidades todas que se adaptaban a maravilla para recibir la fe cristiana, la cual, de hecho, recibió en Alejandría. No tenemos pormenores de su conversión; podemos suponer que entre sus condiscípulos los había cristianos, que no serían los peores en su conducta ni los menos distinguidos por su aplicación y aprovechamiento en aquella sede fundada por San Marcos, ilustre por el martirio de Santa Catalina y cuna del gran doctor de la Iglesia San Atanasio.

Características de los grandes santos es el conformar su vida con su fe, yendo hasta las últimas consecuencias mientras que el vulgo se contenta con una medianía, no negando la fe y, en lo moral, cayendo y levantándose, gracias a la segunda tabla de salvación después del bautismo, el sacramento de la penitencia.

Hilarión oyó hablar de aquel anacoreta que en el desierto de Egipto llevaba una vida de ángel sobre la tierra, que lo había renunciado todo por imitar más de cerca a Cristo, y no por curiosidad, sino con sincero deseo de aprovecharse, se fue en busca del abad Antonio y lo halló en la Arcadia, extenso territorio desierto en el delta del Nilo. Dice San Jerónimo que, cuando San Antonio vió a San Hilarión, le dirigió este saludo: Bene venisti, Lucifer, qui mane oriris ("Bienvenido, Lucifer, que te levantas al amanacer" ), que es la frase quc en el profeta Isaías se refiere al ángel caído y que San Antonio la aplica en sentido contrario a Hilarión.

"Dos meses—dice el padre Van Bruck—permaneció con el santo anacoreta, para observar sus costumbres, guardar en su corazón sus palabras y conformar después su vida con aquélla."

Cuando a los visintiséis años volvió al hogar paterno se encontró con dos acontecimientos: habían muerto sus padres y quedaba constituido dueño de una pingüe herencia, Lo primero, claro está, le causó dolor; pero, en cuanto al propósito que llevaba en su corazón, le libraba de los lazos que pudieran impedírselo. Cuanto a lo segundo, al contrario, de suyo, era algo que podía aprisionarlo por el amor a las riquezas y a las comodidades. Pero tenía presente el ejemplo de San Antonio, que, joven como él, habia seguido el consejo divino: "Ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y ven y siqueme" (Mt. 10,21), y así lo realizó. Se estableció en el desierto de Majuma, cerca de Gaza, y allí observó un género de vida similar al de San Antonio. Vestía una camisa de pelo de camello; una túnica exterior tejida de lo mismo y una cogulla.

Es la de la abstinencia la virtud de que le convierte en uno de los más notables santos de la Iglesia, no porque no lo sea también en otras virtudes, ni porque sea esa virtud la que sobresalga entre las demás, sino porque él se señaló como nadie en dicha virtud.

He aquí cómo la puntualiza el padre Van Bruck, tomándolo de San Jerónimo: de los veintiuno a los veintitrés años tomó un plato de lentejas al día, de los veintitrés a los veinticinco, sólo pan con sal; de los veintisiete a los treinta inclusive se alimentó de hierbas; de los treinta y uno a los treinta y cinco tomó al día seis onzas de pan; de los treinta y seis a los sesenta y tres años añadió aceite a su alimento, y de los sesenta y cuatro a los ochenta se abstuvo del pan. Esto constituye ya un verdadero milagro, pues no lo pueden realizar las solas fuerzas naturales, emprendiendo, como emprendió, Iargas jornadas y conservando su claro juicio, por lo cual fue apreciado por gente conspicua como San Epifanio, obispo de Salamina (Chipre); Dracontius, obispo de Hermópolis; Philor, obispo cirenense, y Siderio, obispo de Palebiscenum. Además evangelizó el país de los nabateos, dejando muy bien dispuesto a su jefe Elusates para su ingreso en la Iglesia.

A un hombre que así castigaba su carne para rendirla al espíritu no es de admirar que Cristo le diese poder sobre los demonios y sobre la naturaleza, como en el milagro de las cuadrigas de las ciudades de Gaza y Majuma, donde haciendo rociar con un vaso de agua los carros, caballos y auriga de los de Majuma, hizo que vencieran en velocidad a aquellos. Ese poder estupendo fue lo que, no queriendo admitir escritores positivistas, optaron por negar su historicidad.

El deseo de huir del aura popular que lo admiraba, así por su virtud como por sus milagros en curar las dolencias del cuerpo y las posesiones del demonio, le hacía ansiar la soledad, y, finalmente, la amenaza de Juliano el Apóstata, que había ya destruido su monasterio de Majuma el año 362, le obligó a embarcarse en el puerto de Alejandría en la primera nave que partiera y que fue con rumbo a Sicilia. Sus milagros le delataban siempre, y así hubo de salir de Sicilia, desde donde pasó a la Dalmacia, estableciéndose en Epidaurum, con Hesiquio: allí le hizo célebre un gran milagro destruyendo por el fuego un dragón que hacia allí gran estrago. Deseoso de vivir desconocido, partió para Chipre juntamente con Hesiquio, al que envió a Palestina para visitar a los hermanos y ver las cenizas de su antiguo monasterio. Establecióse en un lugar fragoso llamado Bucolia, donde no había cristianos, sino gente feroz, pero los amansó su virtud y la curación de uno de sus jefes. Cinco años permaneció en aquella soledad, al cabo de los cuales, sintiéndose morir a sus ochenta años, dejó escrito brevemente a Hesiquio que le dejaba su Evangelio, su túnica, su cogulla y un pequeño manto. Corrió la voz de que moría el Santo y acudieron a él algunos cristianos de Pafos, que pudieron oírle: "Sal, sal, alma mia ¿Por qué temes? ¿Ya cerca de setenta años que sirves a Cristo y temes?" Y con esto expiró. Llegó la noticia a Hesiquio en Palestina, que partió al punto para Chipre, personándose en el lugar de la sepultura y, simulando querer vivir allí, trasladó ocultamente las reliquias del Santo, que con avidez fueron recibidas en Chipre, en Palestina y en toda el Asia Menor.

escrito por José Múnera, S. I
(fuente: www.mercaba.org)

otros santos 21 de octubre:

- Beata Laura de Santa Catalina de Siena
- San Pedro Yu Tae-ch'l

martes, 20 de octubre de 2015

20 de octubre: Santa María Bertila Boscardin

Religiosa
(1888-1922)

El 8 de junio de 1952, con ocasión de la beatificación de María Bertila, dijo de ella Pío XII: « Es una humilde campesina de nuestra bendita tierra de Italia. Figura purísima de perfección cristiana, modelo de recogimiento y de oración. Su camino, `el camino de los Coches', el más común. Nada de éxtasis, nada de milagros en vida, sino una unión con Dios cada vez más profunda en el silencio, en el trabajo, en la oración, en la obediencia. De esa unión venía la exquisita caridad que ella demostraba a los pobres, a los enfermos, a los médicos, a los superiores, a todos ».

Nació el 6 de octubre de 1888 en la parroquia de Gola de Brendola (Vicenza), y fue bautizada con el nombre de Ana Francisca; desde muy niña conoció la dureza de la vida ayudando a sus padres en los trabajos del campo. Este era el « camino más común » para las muchachas vénetas antes que llegara la industrialización a esa región. A los 17 años de edad obtuvo el permiso de ingresar entre las Maestras de Santa Dorotea en Vicenza, en donde hizo el noviciado y sus primeros votos temporáneos. Después pasó a Treviso, en donde prestó sus humildes y eficaces servicios en el hospital hasta su muerte, el 20 de octubre de 1922.

Se graduó de enfermera para poder ser más útil a los enfermos, a quienes asistía hasta de noche en remplazo de sus cohermanas. En su diario escribió: « Quiero ser la servidora de todos, porque estoy convencida que así debe ser; quiero trabajar, sufrir, y dejar toda la satisfacción a los demás ». Y añadía: « tengo que considerarme la última de todas, por tanto contenta de ocupar el último lugar, indiferente a todo, tanto a los reproches como a las alabanzas, y hasta preferir lo primero; siempre condescendiente con las opiniones ajenas; no excusarme nunca, aunque me parezca tener razón; nunca hablar de mí misma; los oficios más humildes sean siempre los míos, porque así obtengo méritos ». No le faltaron las ocasiones de sufrimiento.

A los 22 años fue operada de un tumor, pero siguió desempeñando sus habituales ocupaciones soportando el gravamen de trabajo durante la primera guerra mundial. Por los continuos bombardeos los enfermos fueron trasladados a Brianza, y sor Bertila los siguió. Pero en Viggiú la encargaron de la lavandería, y entonces sufrió y lloró a escondidas: « Estoy contenta - escribió -, porque hago la voluntad de Dios ». Al año siguiente regresó a Treviso donde sus enfermos, pero se agravó su mal y durante la segunda operación murió a los 34 años de edad. Fue beatificada en 1952, y canonizada por Juan XXIII el 11 de mayo de 1961.


CANONIZACIÓN DE LA BEATA MARÍA BERTILA BOSCARDIN
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN XXIII*

Solemnidad de la Ascensión del Señor
Jueves 11 de mayo de 1961

Hoy después de los cuarenta días de las fiestas de Pascua, celebramos la triunfante Ascensión de Jesucristo al cielo. Por ello es justo que todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo celebren con piadosa alegría esta bendita festividad exclamando unánimemente con el Salmista: "¡Alzate, oh Dios, allá en lo alto de los cielos!" (Ps. 56,12).

En efecto, el Divino Salvador del género humano que, revistiéndose de la naturaleza humana, "se anonadó tomando forma de siervo" (Phil. 2,7) y que, para redimir a los que habían perecido, "se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Ibíd. 8), resucitando victorioso del sepulcro a una vida inmortal, logró un inmenso triunfo; y al subir a aquel bienaventurado trono, con asombro de los ángeles, alcanzó la cúspide de la gloria. Por tanto, esta gozosísima Ascensión, así como fue el coronamiento de su vida terrena, así también es su culminación.

La lección de este día, queridísimos hijos, es que, despreciando las vanidades del mundo y las seducciones del mal, subamos con Cristo al cielo, no sólo con el corazón, sino también con una vida virtuosa.

El año pasado celebramos esta solemnidad en la Basílica Lateranense para honrar con la aureola de los Santos a Gregorio Barbarico, primero Obispo de Bérgamo y luego de Padua y Cardenal de la Santa Iglesia Romana; hoy, en cambio, hemos inscrito en el catálogo de las Santas a una humilde campesina, María Bertila Boscardin, virgen consagrada a Dios, a quien hemos propuesto a la imitación de toda la familia católica. Ambos, aunque por diferentes motivos, son causa de nuestra admiración; al insigne Obispo y a la humilde doncella los une un misterioso vínculo. Pues la santidad, que resplandece en los fieles, se debe atribuir ¡unánime y parcialmente al celo de los sacerdotes y Obispos, que estimula, fomenta y acrecienta la virtud individual.

Porque ¿quién ignora la misión principal de los sacerdotes y Obispos en la formación del pueblo cristiano, en la recepción frecuente de los santos Sacramentos y en conformar la vida de todos y cada uno con los preceptos de Cristo? Por consiguiente, con razón podemos afirmar que la lozanía de las flores se debe a la habilidad del jardinero.

De todos es conocido el celo de los sacerdotes y Obispos, después del Concilio Tridentino, que inspiró y animó su acción, una vez restablecida la disciplina eclesiástica, y difícilmente se podría decir cuánto contribuyó, además, a renovar los deseos de santidad.

La Virgen, que hoy hemos ceñido con la aureola de las Santas, por su piedad, modestia, paciencia en los sufrimientos, su celosa caridad con los enfermos, hemos de considerarla como flor del campo, que, rica en gracia, esparce suavísimo aroma. Pues con el ejemplo de su vida invita a todos a meditar y observar los divinos mandamientos y enardece a todos en seguir y amar a Cristo, Autor de nuestra salvación.

¡Venerables hermanos y queridos hijos! Queremos hablaros ahora en tono familiar para que nuestro pensamiento tenga un eco inmediato en vuestros corazones.

En efecto, no sabemos contener el desahogo del afecto paternal ante los paisanos de la humilde hija del Véneto y los peregrinos de toda procedencia, todos exultantes por la glorificación de Bertila Boscardin. Una vez más se repite el espectáculo incomparable, estremecimiento de almas en esta Basílica Vaticana, reunidas aquí para ofrecer a la nueva Santa las primicias de su veneración. El Papa, rodeado de la corona de Cardenales, de Obispos y Prelados romanos, ha hecho resonar su voz en el ejercicio de la plenitud del magisterio, que Cristo Señor bendito le confió. En el centro de la común admiración vibrante y devota está la figura de una humilde religiosa que alcanzó la más sublime gloria que hace palidecer cualquier otro esplendor.

A los poderosos y sabios del mundo, que quieren conocer los orígenes y empresas de nuestra Santa y las razones de proponerla ahora a la imitación del mundo católico, responde el Evangelio con sus eternas lecciones. Estas son que la grandeza proviene de la humildad; el sacrificio llevado hasta el heroísmo por que una delicada reserva le ocultaba a la necia curiosidad; la sencillez que brota del abandono confiado en Dios. Las enseñanzas de Sor Bertila, vividas a la luz de una perfección heroica en el breve espacio de su vida, son las enseñanzas de la doctrina celestial, que una vez más proclaman a la faz del mundo los vivos ejemplos de los humildes y sencillos: ex ore infantium (Ps. 8,3).

¡Oh, qué verdaderas y consoladoras aparecen siempre las palabras del Divino Salvador y cómo resuenan hoy con toda su fuerza: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios de la tierra y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, porque tal fue tu beneplácito» (Luc. 10, 21).

¡Venerables hermanos y queridos hijos! A vosotros, representantes de Vicenza, que disteis a la Santa el origen y la primera educación; a vosotros de Treviso, que recibisteis su último suspiro, y a todos vosotros, aquí reunidos, queremos recordar esta sublime lección, que se repite para toda la Iglesia: la glorificación de hoy presupone la familia cristiana, el estudio del catecismo, la pronta correspondencia a la divina voluntad que llama. Estos fundamentos explican la fecunda riqueza de la sociedad cristiana y el constante florecimiento de la santidad.

I. La familia cristiana ante todo. Este es el ambiente fundamental donde las criaturas regeneradas a la vida divina en las aguas del santo bautismo respiran en la misma atmósfera doméstica los principios saludables del temor de Dios y de su santo amor. Sin duda, no faltan en este núcleo providencial las nubes, que a veces se obscurecen hasta poner en peligro su tranquilidad. Tampoco en la familia de Bertila fue todo de color de rosa o tranquilo. Con frecuencia el llanto y desconsuelo apenaron el corazón de la futura Santa en los años de la inocencia y de la adolescencia. Pero todo lo superó con la ayuda de Dios.

Donde hay una madre que tiene fe, que reza y educa cristianamente a sus hijos no puede faltar la gracia divina, que madura los frutos a través de las dificultades de la prueba. Incluso hoy la sociedad tendrá mayor estabilidad y una inconmovible defensa si las familias, aun con las dificultades de toda índole que implica la vida, saben guardar celosamente el precioso patrimonio de una fe consciente y convencida, luminosa y ardiente, y alcanzar el secreto de la serenidad, que no ;tiene ocaso.

II. La glorificación de hoy presupone asimismo el estudio del catecismo, que infunde en el alma inocente el amor a la verdadera sabiduría, y lo guarda para las conquistas de la madurez.

Como recordamos a una peregrinación reciente de Bérgamo, "la enseñanza del catecismo es semilla cotidiana en cada parroquia, familia y escuela, que permite a los inocentes afianzarse en el espíritu y la gracia de Cristo, y tiene en honor el patrimonio, que es verdadera y pura esencia del cristianismo perfecto".

La humilde religiosa de Brendola es la confirmación de una tradición que hace de las parroquias fervorosas la primera escuela de una vida buena y santa. Santa Bertila está ahora en los altares, sobre los sabios y prudentes del siglo. No se sujetó a un largo aprendizaje, sino que cumplió de buen grado toda misión que se le confió. Su libro, conservado celosamente entre los recuerdos más queridos, fue el catecismo, que su párroco le regaló. En él se inspiraba y consolaba desde pequeña, retirándose con alegría a la soledad, después de haber concluido las labores domésticas, para leerle y releerle constantemente y para enseñarle con entusiasmo a sus coetáneas.

La gran figura del doctísimo Cardenal Barbarico y la sencillez de esta hija de la tierra veneciana que, a un año de distancia uno de otra, hemos tenido la inefable alegría de ceñir con la gloria de los Santos se encuentran y, repetimos, se completan en el amor al catecismo: uno, infatigable Pastor en enseñarle y hacer que lo enseñasen; otra, ingenua hija del campo, en conocerle cada vez más; ambos para vivir a la letra las lecciones de doctrina celestial. Los dos Santos nos recuerdan uno de los deberes apremiantes de la vida pastoral. El cumplimiento de este grave mandato asegura un saludable ahondamiento de la Revelación y un incremento de las buenas costumbres civiles y cristianas. San Gregorio Barbarico y Santa Bertila inculcan a todos los fieles, especialmente a los adolescentes y jóvenes, el deber de preocuparse, con la ayuda de Dios, de la formación cristiana de la mente, del corazón y de la conciencia.

III. La última enseñanza de esta glorificación está en la correspondencia pronta a un atractivo natural al servicio de Dios, en la unión íntima con Él y en el amor a los hermanos. La vocación religiosa es la respuesta alegre del alma a la elección divina. El deseo de pertenecer a Él solo y servirle en el ocultamiento redunda luego en incalculable beneficio de las almas.

He aquí a un alma sencilla que, al primer brote de la vocación, se alegra de entregarse a ella, ayudada por el respeto y consentimiento de sus padres; se siente dichosa también en realizar los más humildes servicios, porque nada pide para sí, no persigue curiosas distracciones o preferencias personales. Y, sin embargo, la irradiación de Sor Bertila se extiende por los pasillos del hospital de Treviso, en contacto con los apestados, consolando, tranquilizando, pronta y dispuesta; experta y silenciosa, hasta obligar a decir incluso a los distraídos que Alguien —es decir, el Señor— estaba siempre con ella dirigiéndola e iluminándola; irradiación que no se extingue con la muerte sino que continúa derramando los beneficios de santidad en un ámbito cada vez mayor de almas hasta el triunfo de hoy.

Dios y las almas; vida interior y apostolado; amor a Dios y al prójimo son los fundamentos inconmovibles en los que se funda la historia de todos los Santos y que proclaman a la faz del mundo el encanto irresistible de su ejemplo.

¡Oh Jesús, que subes al cielo; oh Señor, Rey bendito e inmortal de los siglos, te damos gracias por haber asociado hoy a Santa Bertila a tu triunfo y haber encendido con ella una nueva estrella en el firmamento de tu Iglesia! Al volver al Padre prometiste no dejarnos nunca, y benignamente sigues estando con nosotros, también en el testimonio y amor de tus Santos, que son tu más bello cortejo en el cielo y tu buen olor aquí en la tierra. Por intercesión de Santa Bertila y de todos los Santos, suscita en las almas, en las familias, en las diócesis semillas fecundas y siempre nuevas de santidad; numerosas y ardientes vocaciones; almas bellas y puras; familias sanas y generosas que vivan en tu santo amor. Y concédenos que, sostenidos por tu gracia y fortalecidos por los ejemplos de tus Santos, podamos honrarte todos los días con serenidad y alegría, ánimo y perseverancia para poder vivir una vida divina: ipsi quoque mente in caelestibus habitemus. Fiat, fiat,

* AAS 53 (1961) 291-295; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 270-275.

(fuentes: www.magnificat.ca; vatican.va)

otros santos 20 de octubre:

- San Artemio de Antioquía
Santa Irene de Tancor
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