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jueves, 31 de octubre de 2013

31 de octubre: San Wolfgango

Monje y Obispo
(924-994)

Nacido de una noble familia de Suabia, fue durante la primera parte de su vida un apasionado de las letras. A los siete años le ponen a estudiar la gramática; a los doce empieza a frecuentar la escuela de Reichenau, famosa por sus escribas, por sus pintores y por sus gramáticos. Sus condiscípulos se ríen de lo poco eufónico de su nombre y aun de su significado; Wolfango, o, mejor, Wolfgango, quiere decir: andar de lobo. Él solía traducirlo al latín, y se llamaba Lupámbulo, y así, en el estante de su librería, estaba escrita esta frase: «Esta sala construyó Lupámbulo, el monje.» «No se llamó así—advierte Otión el gramático, su biógrafo—por ninguna condición ignominiosa que hubiese en él, sino porque era un nombre muy usado en su familia; además, es bien claro que el nombre no justifica ni condena a nadie.»

Sea como quiera, el joven suabio dejaba decir y se entregaba con toda su alma al estudio de los clásicos; supo que en la catedral de Wurzburg había entonces una escuela famosa, y allí se dirigió con su amigo y condiscípulo Enrique de Babemberg. Esteban de Novara, jefe de los estudios, era un maestro pedante y muy pagado de su saber. Recibió a los dos jóvenes muy satisfecho de ver que venían de lejos por el prestigio de su fama, pero no tardó en percatarse de que el nuevo discípulo podía ser un rival temible. Y sucedió un día que Esteban se hizo un lío explicando un pasaje del libro que servía de texto en las escuelas medievales, Las bodas de Mercurio y la filosofía de Marciano Cápela. Los estudiantes, que no habían entendido nada, pidieron a Wolfango que les explicase lo que el maestro no había sabido explicar; él lo hizo sencillamente, y al día siguiente fue arrojado de la escuela. Al poco tiempo, su amigo Enrique, nombrado arzobispo de Tréveris, le encomendaba la dirección de las escuelas de su catedral (956). Durante ocho años fue un maestro, un escolástico, como entonces se decía, grave y austero. Nunca exigió paga alguna ni admitió regalos, pero era exigente tratándose de estudios y disciplina. Explicaba los poemas de Virgilio y las historias de Tácito, pero se proponía, ante todo, formar buenos clérigos.

Y he aquí que muere su amigo, que era el único lazo que le ataba al mundo; San Bruno el Grande le llama a continuar sus lecciones en Colonia; pero él abandona sus títulos y sus bienes, y a la edad de cuarenta años viste el hábito benedictino en Einsiedein. En aquella confusión general que acongojaba a la cristiandad al desmoronarse la obra de Carlomagno, la Orden monástica había caído en la mayor postración. Parecía agotado todo vigor espiritual, era difícil encontrar el texto mismo de la Regla benedictina, y había que recorrer muchas leguas—dice un escritor de aquel tiempo—para dar con un monje observante. Desde la primera mitad del siglo X empiezan a formarse algunos focos de restauración; Cluny lanza a Borgoña el grito de reforma, y sus ecos resuenan con entusiasmo en la abadía suiza de Einsiedein, ilustre aún en nuestros días. Wolfango ha oído aquella voz; es como una réplica de la que algún tiempo antes resonaba en el fondo de su alma. Reforma, reforma: ésa era su obsesión desde que dirigía las escuelas de Tréveris. Ha comprendido que si el mundo necesita lecciones, tiene aún mucha más necesidad de acción. Se da cuenta de la verdadera situación de la sociedad germánica, a que pertenece. Ha sido bautizada, pero no es cristiana todavía. Ha entrado sinceramente, ardientemente, en la sociedad cristiana, que la ha recibido con ternura maternal. Aquellos hombres semibárbaros respiraban con gratitud la atmósfera del cristianismo; saboreaban las certidumbres, las esperanzas y los consuelos de la religión; la majestad de la Iglesia les subyugaba, y la grandeza moral de sus obispos les llenaba de admiración. Como las fieras de sus bosques, ellos caían también amansados en presencia de aquellos ancianos semidivinos que los introducían en el santuario y desplegaban a sus ojos la magnificencia de un culto que hablaba a su corazón, a la vez que a su imaginación y a su inteligencia. No obstante, quedaba aún por hacer otra conversión más profunda; el paganismo seguía enroscado en aquellos corazones, llenos aún de las taras hereditarias de la barbarie. La moral evangélica no entraba en ellos sino levantando las protestas enconadas del vicio y del error.

Wolfango vio con claridad su misión: profundizar en las almas de sus compatriotas, cultivarlas pacientemente, purificarlas. En aquel mismo ambiente, Bruno de Colonia nos ofrece el tipo del obispo que es a la vez un gran político; Bernardo de Hildesheim se nos presenta como un renovador de cultura, como un civilizador; él será, ante todo, un misionero, un reformador. Seis años había vivido en el monasterio enseñando, practicando rigurosamente la regla y empapándose en aquella atmósfera de renovación moral, cuando en su afán de hallar un campo más vasto a su actividad, se dirige a predicar el Evangelio a los húngaros, aquellos hombres feroces que unos años antes habían aparecido en el centro de Europa sembrando el espanto y la ruina. Llevábanle a esta empresa sueños misteriosos, que no eran más que un eco de su voz interior. Pero la mano de Dios le guiaba. Cuando estaba más embebido en su misión, recibe la noticia de que le han nombrado obispo de Ratisbona, También su diócesis es tierra de misioneros; toda la Bohemia está sometida a su jurisdicción. Es un campo inmenso lleno de mies, que le inquieta y le alegra al mismo tiempo. Pero antes de conquistar es preciso reformar. Empieza por los monjes. La disciplina de Einsiedein pasa a Ratisbona y desde allí se extiende por toda Baviera. Los monasterios se convierten en cuarteles generales de apostolado. De ellos salen los evangelizadores de Checoeslovaquia y sus primeros obispos. Wolfango ha querido dividir su diócesis, creando el obispado de Praga. Muchos se lo critican. «De todas partes os alaban—le dicen—; pero es un absurdo perder así vuestra jurisdicción en un gran territorio. Hay que condimentar la locura evangélica con la sal de la sabiduría.» «No me importa que me llamen loco—responde él—; ya decía San Pablo que la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios.»

La reforma continúa con el clero regular. Es preciso, ante todo, formar la conciencia con respecto a la ley del celibato y en ella insiste el obispo sin cesar. «Muchos—solía decir el obispo—viven en un error tan grande, que creen poder borrar sus crímenes con la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo»; y les recordaba las palabras del profeta: «Mi amado ha obrado mal en mi casa; ¿acaso podrán limpiarle las carnes santificadas?» Proveía a las parroquias de misales, vestimentas y vasos sagrados, .y habiendo sabido que algunos sacerdotes celebraban con agua por carecer de vino, lo lamentó y encargó a doce de sus criados que recorriesen constantemente la tierra para socorrer todas las necesidades. Él iba también con frecuencia de pueblo en pueblo, visitando las parroquias, confirmando y predicando. Las gentes le seguían ansiosas de recoger su doctrina, en la cual se mezclaba sabiamente la dulzura con la severidad.

Monje ante todo, aborrece toda ostentación, y en cuanto le es posible sigue las costumbres aprendidas en el monasterio. También él construye fortalezas para defender a sus gentes de sorpresas militares, pero no es el tipo del obispo cortesano y gran señor. Los que no pueden comprender la sublimidad de aquella sencillez, se la critican acerbamente y le desprecian. Un caballero decía: «¿Acaso no hay en el reino ilustres personajes, para que ese emperador imbécil nos mande a este monje andrajoso?» Tal vez estas palabras nos revelan el gesto amargo de la nobleza ante la conducta del obispo. Sus amigos no eran los señores de la tierra, sino los pobres. Las arcas episcopales, las bodegas y los graneros estaban siempre abiertos a todas las necesidades. Donde quiera que iba, siempre tenía a su lado una escolta de mendigos, a los cuales solía llamar sus hermanos y señores. Le acompañaban en la comida, en la lectura, en la oración y en los viajes; a cualquier hora tenían libre acceso en el palacio y sitio para hospedarse en él. Cuenta su biógrafo que una noche uno de estos hombres que le hacían compañía cortó una parte de la cortina que pendía delante de su lecho, y huyó; pero apresado por uno de los camareros, fue llevado a presencia del obispo para recibir el castigo conveniente. Él, lejos de irritarse, arguyó que mayor culpa tenían los encargados de guardar el dormitorio, y volviéndose luego a aquel desgraciado, le dijo:

—¿Cómo te has atrevido a hacer eso delante de mí?
—Señor—respondió el mendigo, temblando—, yo sabía que sois bueno, y ya veis la necesidad que tengo de un poco de lienzo para cubrirme.
—¿Veis?—dijo Wolfango, dirigiéndose a sus servidores—. La culpa es vuestra; si este hombre estuviese bien vestido, nunca se le hubiera ocurrido robar. Vestidle pronto, y si después viene cortando las cortinas, podremos pensar en castigarle.

Así fue la vida de este hombre admirable, y digna de ella fue también la muerte. Sorprendióle cumpliendo su deber, recorriendo la tierra encomendada a sus cuidados. Sintió la fiebre en el camino, mas no quiso suspender el viaje. Después, viendo que se moría, mandó que le llevasen a una ermita y le colocasen delante del altar. Allí hizo confesión de sus pecados y recibió el Viático. El pueblo se agolpaba en torno suyo, llorando y rezando. Quiso desalojar la ermita uno que le acompañaba, pero él no lo consintió.

—Cerrad las puertas—dijo—, pero que entre todo el que quiera. Soy mortal, como todos, y no debemos avergonzarnos más que de las malas obras. Dejadles que vean en mi muerte lo que en la suya deben temer y evitar.

Estas fueron sus últimas palabras. Después cerró los ojos y se durmió en paz.

Había sido un gran reformador. Durante veinte años había lanzado la semilla infatigablemente. Él no vería el fruto, pero, recogido por Hildebrando, su programa traería días de gloria para la cristiandad.

(fuente: www.divvol.org)

miércoles, 30 de octubre de 2013

30 de octubre: Beato Alejandro Zaryckyj


Sacerdote de la archieparquía de Lvov de los ucranios (1912-1963). Mártir

Nació el 17 de octubre de 1912 en Bilche (región de Lvov). Recibió la ordenación sacerdotal en la archieparquía de Lvov el 7 de junio de 1936.Fue párroco en Strutyn y en Zarvanytsia.El año 1948 las autoridades lo detuvieron en Riasna Ruska (Lvov), ciudad adonde se había trasladado durante la segunda guerra mundial. Lo condenaron a ocho años de exilio en Karaganda (Kazajstán). Excarcelado el 10 de abril de 1956 gracias a una amnistía general, volvió primero a Halychyna y después a Karaganda, con el propósito de organizar las comunidades católicas clandestinas. El 9 de mayo de 1962 lo arrestaron de nuevo y lo condenaron por "vagabundo" a dos años de cárcel. Tenía 51 años cuando murió en el hospital del campo de concentración de Dolinka, el 30 de octubre de 1963.

(fuente: www.vatican.va)

martes, 29 de octubre de 2013

29 de octubre: Beato Cayetano Errico

Cayetano Errico, fundador de los Misioneros de los Sagrados Corazones, ha nacido el 19 de octubre de 1791 en Secondigliano, antigua aldea al Norte de la ciudad de Nápoles (Italia). Es el tercero de los diez hijos de Pascual y María Marseglia.El padre dirige una modesta fábrica artesanal para la producción de pasta; la madre teje felpa. Fue bautizado al día siguiente de su nacimiento en la iglesia parroquial de los santos Cosme y Damián con los nombres de Cayetano Cosme Damián. Asiste a la escuela comunal con dos maestros sacerdotes, Tagliamonte y Vitagliano. A los siete años recibe la primera comunión, y a los once, el sacramento de la confirmación. A los catorce años pide ingresar primero entre los Capuchinos y después entre los Redentoristas; pero el pedido es rechazado debido a la edad.

A los dieciséis años pide ser admitido en el seminario arzobispal de Nápoles.En enero de 1808 viste el hábito talar. La familia no puede sostener los gastos para su mantenimiento como alumno interno por lo que realiza los estudios como externo, yendo a pie al seminario. Todos los días, entre ida y vuelta, son ocho kilómetros, con frío, calor y lluvia, provocando la admiración de la gente que, al verlo pasar exclama: «¡Ahí pasa San Cayetano!».

En el tiempo de su formación seminarística frecuenta la escuela con gran provecho, participa a la misa todas las mañanas, recibe la comunión, ayuda en la casa, visita todos los jueves a los pacientes del hospital de «Incurables» de Nápoles llevándoles algún regalo fruto de sus ahorros semanales, y el domingo recorre las calles con el crucifijo recogiendo a los niños para el catecismo.

Fue ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1815 por el Cardenal Ruffo Scilla en la Capilla de Santa Restituta, en la Catedral de Nápoles.

Ordenado sacerdote, inmediatamente se le asigna a Don Cayetano la tarea de maestro comunal, cargo que ejerce por casi veinte años con diligencia, atención y celo, preocupándose por enseñar, junto con la cultura, sobre todo los principios cristianos. Se dedica con amor al servicio pastoral en la iglesia parroquial de los Santos Cosme y Damián.

Desarrolla su actividad apostólica en cuatro direcciones: anuncio de la Palabra, ministerio de la reconciliación, asistencia material y espiritual de los enfermos, servicio de la caridad. Cuatro maneras distintas para decir a los hombres que Dios es Padre y los ama.

Tiene una vida de intensa oración y de rigurosa penitencia, de tal manera que hace decir a la madre que lava las camisas manchadas de sangre: «Ahora me haces sentir el dolor que no tuve cuando te llevé en el vientre y te di a luz».

Siendo sacerdote, se retira todos los años a Pagani (Salerno), en la casa de los padres Redentoristas, para los ejercicios espirituales.En el año 1818, mientras reza en el coro, acontece un hecho destinado a marcar y cambiar el curso de su vida: se le aparece San Alfonso para comunicarle que Dios lo quiere fundador de una Congregación religiosa, dándole como «señal» la construcción de una Iglesia en honor de la Virgen Dolorosa en Secondigliano. El anuncio de que es Dios quien quiere la construcción de una Iglesia en honor de la Dolorosa, es acogido con entusiasmo en Secondigliano por la mayor parte del pueblo; pero está también quien se muestra desconfiado y hostil. Los adversarios, pocos pero muy aguerridos y combativos, juran que impedirán la construcción de la Iglesia. Cuando el proyecto parece definitivamente destinado a fracasar, don Cayetano continúa creyendo en él y asegura a la gente: «La Iglesia se hará, porque es Dios quien la quiere». El 9 de diciembre de 1830 la Iglesia es bendecida.

Terminada la construcción, Cayetano Errico encarga a Francisco Verzella, escultor napolitano, una estatua de madera de la Virgen Dolorosa. Una tradición refiere que ha hecho rehacer varias veces el rostro, exclamando al final: «Así era». ¿La había visto en una visión?

La estatua hace su entrada en Secondigliano en mayo de 1835, y desde entonces continúan ininterrumpidamente la peregrinación y la devoción de los fieles hacia la Dolorosa de Cayetano Errico.

En los años siguientes, mientras don Cayetano reza delante del Santísimo Sacramento en el mismo coro de Pagani, el Señor le manifiesta que la nueva Congregación «debe ser fundada en honor de los Sagrados Corazones de Jesús y de María».

Desde entonces los Sagrados Corazones se transforman en el centro de la acción apostólica y misionera de Cayetano Errico, y él, en el apóstol de su amor misericordioso en todo el Sur de Italia. El amor de los Sagrados Corazones lo impulsa a buscar al hermano pecador para llevarlo al Padre, incluso a costo de la vida, y a entregarse sin descanso ni medida, particularmente a los hermanos de los grupos más desprotegidos: enfermos, obreros, artesanos, campesinos, analfabetos, muchachas sin dote y extraviadas, encarcelados.Se propone hacer sentir a todos la presencia de un Padre amoroso, dispuesto al perdón y lento para el enojo.

Terminada la iglesia, don Cayetano comienza a construir, en un lugar adyacente, la casa que tendrá que alojar a los futuros religiosos, los Misioneros de los Sagrados Corazones. Primeramente construye una pequeña casa, en donde se retira, en 1833, para vivir junto a un laico que atiende el servicio de la iglesia.

Con el traslado desde la casa paterna, comienza «oficialmente» la realización del encargo más importante recibido de Dios: la fundación de la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones.

Ampliada la casa, funda el «Retiro sacerdotal de los Sagrados Corazones», para acoger a los sacerdotes dispuestos a empeñarse sobre todo en el trabajo de las misiones populares.

Don Cayetano es un hombre de Dios, es un «santo».¿Qué ha hecho para llegar a serlo?

El primer secreto de su santidad es «consumir las rodillas en la oración y... también en el suelo». Que Don Cayetano es un hombre de oración lo testifican tantas personas que lo han conocido y los dos «pocitos» en el piso de su habitación, excavados por sus rodillas.

La penitencia es el segundo secreto de su «santidad». Los viernes y los sábados limita sus comidas a un solo plato de sopa. Todos los miércoles y en la vigilia de muchas fiestas ayuna a pan y agua.A menudo duerme en el suelo. Lleva «un cilicio que ciñe su cuerpo: pecho, brazos y piernas». «Usaba disciplinas de cuerdas y de hierro de diversos tipos».

En 1833 don Cayetano presenta al Rey el pedido de reconocimiento de un Retiro, que es aprobado junto con el reglamento el 14 de marzo de 1836. El 1o de octubre de 1836 abre el noviciado, admitiendo a nueve jóvenes. En mayo de 1838 solicita el reconocimiento pontificio de la Congregación, y el 30 de junio recibe de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares el decreto de elogio. El 6 abril de 1839, con el propósito de consolidar el desarrollo de la Congregación, pide el reconocimiento gubernamental, que el Rey concede el 13 de mayo, declarando «la Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones legítimamente existente y capaz de gozar de los correspondientes efectos civiles y canónicos».

En abril de 1846 regresa a Roma para solicitar la aprobación definitiva. La Congregación ha crecido: el número de los congregados ha aumentado y han sido abiertas varias casas. El 7 de agosto de 1846 el Papa Pío IX emite el decreto de aprobación, y el 15 de septiembre el Breve apostólico.

Cayetano Errico, elegido unánimemente como Superior General después de la aprobación, trabaja hasta la muerte para el desarrollo de la Congregación, cuidando de modo particular la formación de los individuos.

Se empeña en la actividad misionera, en la predicación al pueblo y de los ejercicios espirituales en numerosos conventos de religiosas, en la dirección espiritual y, especialmente, en la administración del sacramento de la reconciliación.

Muere en Secondigliano, a los 69 años de edad, el 29 de octubre de 1860 a las diez de la mañana.

«Ámense mutuamente y sean observantísimos de las Reglas».Es el testamento que deja a sus congregados. «Ha muerto un santo», es el comentario unánime de todo el pueblo. El eco de estas expresiones continúa todavía.Para los secondiglianeses y para todos sus devotos, Cayetano Errico, llamado y conocido como «O Superiore» El Superior, continúa siendo un «santo», esto es un ejemplo, un punto de referencia, un intercesor, una señal que indica a todos el camino de Dios, que los Sagrados Corazones, por amor, han vivido y trazado.

En 1866 el Cardenal Riario Sforza introdujo el proceso diocesano ordinario. En diciembre de 1884 el Papa León XIII lo declaró Venerable, y el 4 de octubre de 1974 el Papa Pablo VI emitió el decreto de la heroicidad de sus virtudes.El 24 de abril de 2001 Juan Pablo II firmó el Decreto de aprobación del milagro obtenido por el señor Salvatore Cacciappoli por intercesión de Cayetano Errico.

(fuente: www.vatican.va)

lunes, 28 de octubre de 2013

28 de octubre: San Simón y San Judas Tadeo, apóstoles

En la fisonomía del apóstol, el rasgo característico es el—celo, un fuego devorador, un ansia ardiente por dar a conocer a todo el mundo la hermosura de la verdad. Los celos son el egoísmo, que quisiera ocultar la belleza amada a los ojos de todo el mundo: el celo es la caridad, la generosidad, que sufren por los corazones que no aman lo que ellas han amado y conocido. Tal fue la gran pasión de estos discípulos del Señor. A Simón el Cananeo—algunos dicen que fue el esposo de las bodas de Caná—le llamaban sus convecinos Zelotes. Pertenecía a aquel partido que entre los judíos llevaba este nombre, al partido de los entusiastas de la tradición, de la ley y los profetas rígidamente interpretados, de la verdad íntegra. Desde que conoció a Cristo, de puritano se hizo puro; ebrio con el vino, tantos siglos escondido, que repartía el Esposo, siguióle sin desfallecimiento por todos los caminos de Palestina, guardando en su alma las palabras de salud.

Judas lleva también la lealtad en el corazón. Lleva el mismo nombre que el discípulo traidor; pero él es el Valiente: Tadeo; es de los que con su decisión consuelan el espíritu de Jesús en aquel amargo día en que tuvo que decirles a los Doce: «¿Por ventura, vosotros queréis también iros?» No, él no se va; caminó al lado del Maestro, lo mismo en las horas del triunfo que en las del dolor; algo orgulloso siempre de que de su mismo pueblo, en su misma familia, haya salido el Deseado de las naciones. Porque él, Judas, es hermano de Santiago, hijo de Cleofás, y Cleofás era hermano de San José. Por eso las gentes le llaman «hermano es decir, pariente de Jesús. Sigue, pues, al Mesías con una alegría secreta, con un gozoso silencio. Escucha dócil y observa atento, pero habla poco. No es como Simón Pedro, el impulsivo, locuaz y confiado. Cuando Jesús habla sentado en la colina, él se coloca a una distancia respetuosa; cuando se sienta en la nave, él busca la punta del banco, y para no perder el gesto del Maestro, alarga la cabeza por delante de Pedro, Juan Andrés y Santiago; pero un día Jesús se abandona tanto a sus amigos, que Judas ya no puede contener su secreto.

Acababa de celebrarse la última cena. Jesús, con voz temblorosa y triste mirar, ha hablado del mundo aferrado a la incredulidad, ese mundo que no podrá verle a Él ni participar de su vida. Judas le oye conmovido, y piensa: Son tan bellas estas cosas, hay en ellas una virtud tan divina, que si el mundo las conociese, hallaría la felicidad que busca en vano; y movido por este pensamiento, se atreve a preguntar con deliciosa sencillez: «¿Por qué, Señor, te has de manifestar con esa claridad a nosotros, y al mundo no?» Y esta palabra era la revelación de un alma enamorada de Cristo, y con ese amor latía en ella el anhelo de la salvación de las almas, el ansia de llevar la buena nueva hasta los confines de la tierra.

Conquistadores ambiciosos de pueblos, Simón y Judas recogieron con alborozo las palabras de Cristo resucitado: «Id y predicad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» La Galilea y la Judea eran pequeñas para su actividad; penetraron en Egipto, y allí se encontraron con el desierto; volvieron al Asia, caminaron hacia el Eufrates y el Tigris, y atravesando fronteras que no osaron cruzar las armas de Roma, llegaron al reino de Persia, dejando en todas partes la semilla divina que ellas habían recogido junto al lago de Genesareth. Y se cumplieron las palabras: «Por mi nombre os llevarán delante de los Tribunales, os pagarán el amor con el odio; y aquellos a quienes partáis el pan de la vida os darán la muerte.» Simón y Judas sellaron con su sangre la verdad que predicaban.

Su programa apostólico se resume en estas palabras: «Reprended a unos después de convencerlos, salvad a otros arrancándolos del fuego, tened piedad de todos en el temor, aborreciendo siempre la túnica de la carne, que está manchada.» Así hablaba San Judas, dirigiéndose «a los que son amados de Dios Padre, y conservados y llamados en Jesucristo». La epístola que de él conservamos es un nuevo testimonio de su celo. La indignación le arrebataba al ver la astucia de los primeros herejes que quieren adulterar el Evangelio; tiembla por los escogidos, y escribe, para prevenirlos, «a todos aquellos que se edifican a sí mismos en la fe, y, rezando en el Espíritu Santo, permanecen en el amor de Dios, aguardando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna».

La herejía había nacido ya; es contemporánea del Evangelio. Apenas ha sido sembrado el campo del Padre de familia se ve crecer la cizaña al lado del grano bueno. Cristo acaba de subir al Cielo, aún no han empezado a dispersarse los Apóstoles, y ya Simón de Samaría recogía las palabras de Jesús para formar sus teorías de la triple manifestación de Dios. Al Mago siguen Ebión y Cerinto. Son los gnósticos, los hombres de la ciencia, herederos de las ideas de Platón que intentan armonizar con la revelación evangélica; enemigos más o menos embozados de la moral natural y despreciadores de la ley escrita, contraria, según ellos dicen, a la única fuerza salvadora, que es la gracia.

San Simón, apóstolJudas se deja arrastrar por una santa ira al hablar «de estos hombres impíos que cambian la gracia de nuestro Dios en lujuria y niegan a Jesucristo, único Señor y Dominador.» Las palabras brotan con violencia de su pluma. No escribe en su lengua, pero no puede olvidar su mentalidad semita; el griego es para él una lengua extranjera, y, no obstante, en medio del desorden, de la torpeza y dificultad de la frase, hay en su lenguaje una grandeza sublime, fruto de la energía de su pensamiento y de la audacia de sus expresiones. Se nos figura estar contemplando unos ojos inflamados y un gesto de profeta cuando leemos la pintura de aquellos hombres «que manchan la carne, desprecian la dominación, blasfeman la majestad, rechazan cuanto ignoran, y se corrompen en toda aquello que conocen naturalmente, como animales mudos; nubes sin agua que el viento lleva; árboles que sólo florecen en otoño, estériles, dos veces muertos, sin raíces; olas furiosas e inciertas del mar que arrojan la espuma de sus infamias; astros errantes a los cuales está reservada una tempestad de tinieblas por toda la eternidad».

Tempestad de tinieblas para los que despreciaron la luz, para Simón el Mago y todos sus discípulos hasta el fin de los siglos para los hombres «psíquicos», animales, en contraposición a los «neumáticos», los que tienen el Espíritu y pueden juntar su voz a la de Judas Tadeo en su bella doxología final «proclamando la gloria, la magnificencia, el imperio y el poder antes de los siglos, y ahora, y por todos los siglos de los siglos, de Aquel que puede conservarnos sin pecado y establecernos en la presencia de la gloria inmaculados y llenos de alegría en el advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo».

(fuente: www.divvol.org)

domingo, 27 de octubre de 2013

27 de octubre: Santa Balsamia

Etimológicamente significa “bálsamo, perfume”. Viene de la lengua latina.

Jeremías dice: “La palabra del Señor ha sido para mí fuente de burla. Yo me dije: No hablaré más en su nombre, no pensaré más en él, pero la sentía adentro como fuego ardiente que no podía contener”.

Fue del siglo VI. Su trabajo ya ha pasado de moda en muchos lugares civilizados y de una fuerte economía.

En otros, por el contrario, se mantiene el papel dela mujer que sustenta a los niños, hasta con su propia leche.

En toda la misteriosa Edad Media y anterior incluso a ella, había una gran veneración por las santas que habían dado su vida en este precioso trabajo de nutrientes.

Fue ella la que alimentó en Reims a san Remigio, el obispo de aquella ciudad.

Remigio, con su cultura, sus buenas formas y su diplomacia, logró que se convirtiera al cristianismo Clodoveo, el rey francés.

Para los franceses es un segundo Juan Bautista, el precursor de la vida cristiana en Francia.

Hubo un tiempo en que se le llamaba en las Galias a santa Balsamia “la santa Nutriz”.

Hoy prevalece el de Balsamia.

La leche es “bálsamo” dado a los niños. Ella había nacido en Roma.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

(fuente: catholic.net)

sábado, 26 de octubre de 2013

26 de octubre: Beata Celina Chludzinska Borzecka

(1833-1913)

Celina Chludzinska Borzecka, fundadora de la congregación de las Religiosas de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, nació en Antowil, cerca de Orsza (Polonia oriental, actual Bielorrusia), el 29 de octubre de 1833. Muy pronto sintió la llamada a la vida religiosa, pero siguiendo la voluntad de sus padres y el consejo del obispo, su confesor, se casó en 1853. Fue esposa ejemplar y madre de cuatro hijos.

En 1863 fue arrestada por haber ayudado a los insurgentes contra el régimen zarista. En 1869 se trasladó a Viena, donde se dedicó a cuidar a su marido, paralítico, y educar a sus hijas Celina y Jadwiga. En 1875, habiendo enviudado, se trasladó a Roma. Gracias al siervo de Dios p. Piotr Semenenko, de la congregación de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, conoció la espiritualidad resurreccionista, confirmando al mismo tiempo su vocación a la vida religiosa, junto con su hija Jadwiga.

En 1882 comenzó a vivir según el estilo propio de una comunidad religiosa, junto con su hija y otras compañeras, bajo la guía espiritual del p. Semenenko. El 6 de enero de 1891, día en que hizo su profesión, en presencia del cardenal Parocchi, vicario del Santo Padre para la diócesis de Roma, es la fecha de fundación oficial de la congregación de las Religiosas de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, cuya misión es la educación cristiana de las jóvenes y la renovación religiosa y moral de las mujeres.

En la ciudad eterna la madre Celina abrió la primera escuela del Instituto, en la que mons. Giacomo Della Chiesa, el futuro Papa Benedicto XV, fue capellán y catequista durante un tiempo. Invitada por el cardenal polaco A. Dunajewski a visitar su patria, en 1891 abrió un noviciado en la ciudad de Kety. Algunos años después extendió la actividad de su congregación a Bulgaria, llevando a cabo un amplio apostolado entre los católicos y una intensa actividad misionera entre los ortodoxos.

Entre los años 1898 y 1900 abrió casas en Czestochowa y en Varsovia, y envió a algunas religiosas a Estados Unidos para que se ocuparan de la actividad educativa en las parroquias polacas. Organizó, asimismo, la asociación laical de las así llamadas "religiosas agregadas" al Instituto, que tenían por cometido el apostolado en su propio ambiente.

En 1902 comenzó la construcción de la casa madre en Roma. Después de la muerte de su hija Eduviges, en 1906, intensificó su actividad y emprendió largos y fatigosos viajes para visitar las casas de Europa y de América. En 1911 convocó el primer capítulo general del Instituto, que la eligió superiora general de por vida. En 1905 el Instituto obtuvo el decretum laudis.

La sierva de Dios escribió "Memorias para mis hijas", publicadas entre 1954 y 1963 en la revista Gloria resurrectionis. También escribió "Cartas desde Bulgaria", publicadas en la misma revista de 1960 a 1963.

La madre Celina Chludzinska Borzecka falleció en Cracovia el 26 de octubre de 1913. La congregación de las Religiosas de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo se difundió rápidamente; hoy comprende cuatro provincias y cinco regiones, y cuenta con más de 500 miembros en 53 casas distribuidas en Argentina, Australia, Bielorrusia, Canadá, Estados Unidos, Inglaterra, Italia, Polonia y Tanzania.

El fundamento de su espiritualidad es el misterio pascual; y la finalidad apostólica, la educación cristiana, la asistencia a los enfermos, la pastoral parroquial y cualquier otro ministerio que pueda contribuir a la resurrección espiritual y moral de la sociedad.

Como esposa, madre y religiosa la madre Celina se preocupó siempre por buscar y poner en práctica la voluntad de Dios, considerando a Cristo resucitado el centro de su vida. Precisamente por todos esos aspectos de su personalidad vividos con pasión evangélica es un modelo para el hombre moderno.

El proceso de beatificación de la madre Celina comenzó en 1944 en Roma. El 11 de febrero de 1982 el Santo Padre Juan Pablo II firmó el decreto que reconocía la heroicidad de sus virtudes, y el 16 de diciembre de 2006 Su Santidad Benedicto XVI el de su beatificación.

(fuente: www.vatican.va)

viernes, 25 de octubre de 2013

25 de octubre : San Antonio de Santa Ana Galvão

El primer santo brasileño nació el año 1739 en Guaratinguetá (São Paulo, Brasil). Su padre, Antonio Galvão de França, militar (alcanzará el grado de capitán-mayor), era la persona de mayor autoridad política e influencia en su tierra. Comerciante y hombre de negocios, era conocido por su generosidad, y pertenecía a la Tercera Orden Franciscana y a la del Carmen. Su madre, Isabel Leite de Barros, pertenecía a una de las familias de mayor rango. Era descendiente de los repobladores de estas tierras, profundamente cristiana y muy caritativa, tanto que a su muerte en 1755 no se encontró ningún vestido suyo, pues los había repartido entre los pobres. Esta familia llegó a contar 11 hijos, algunos de los cuales fallecieron de corta edad, gozaba de prestigio social y de señalada influencia política. Deseando que sus hijos varones tuvieran una adecuada formación humana y cultural, el padre envió a sus hijos José y Antonio a estudiar en el internado que los jesuitas tenían en el seminario de Belem en Vila de Choeira (Bahía), donde estarían sujetos a una disciplina simple y austera. El joven Antonio sobresale como buen latinista en los estudios, y en este lugar permanece cuatro años (1752-1756), progresando en la práctica de la vida cristiana.

Pretende quedarse para profesar en la Compañía, pero el clima antijesuitico del gobierno del marqués de Pombal disuade a su padre, quien prefiere que tome el hábito en el convento de frailes franciscanos descalzos de la reforma de San Pedro de Alcántara, que se habían establecido en Taubaté, no lejos de su ciudad natal. A los 21 años, el 15 de abril de 1760, ingresa Antonio en el noviciado del convento de San Buenaventura de Macacu (Río de Janeiro), donde recibe el hábito y elige el nombre de fray Antonio de Santa Ana, por ser ésta la protectora de su familia, a la que profesa una gran devoción. El 16 de abril de 1761 emite la profesión solemne, y con juramento se compromete a defender el título de Inmaculada de la Virgen María, doctrina entonces controvertida, pero defendida de siempre por los franciscanos. El 11 de julio de 1762 recibe la ordenación sacerdotal y los superiores lo destinan al convento que tiene de la Orden en São Paulo, donde perfecciona la filosofía y la teología. Su devoción mariana encuentra la máxima expresión de hijo y esclavo perpetuo en la consagración a María firmada con su propia sangre el 9 de noviembre de 1766, tiempo de profundización y maduración en una espiritualidad que será su distintivo a lo largo de su vida y que él expresa con las palabras: «Filial entrega a María Santísima, mi Señora, digna Madre y Abogada».

En 1768 se le nombra sucesivamente predicador, confesor y guardián del convento, lo que le lleva a relacionarse con los numerosos fieles que acuden a él buscando consejo. Visita muchas localidades, yendo siempre a pie, donde predica con mucho fruto. Al año siguiente es enviado a São Paulo como confesor de «Recolhidas de Santa Teresa», una casa de retiro en la que un grupo de mujeres viven como religiosas, pero sin emitir votos. Allí conoce a sor Elena M.ª del Espíritu Santo, mujer de profunda oración y dura penitencia, observante de la vida común, que afirma tener visiones en las que Jesús le pedía que fundara un nuevo «Recolhimento». El director espiritual atiende y estudia estos mensajes, y tras pedir consejo a teólogos y personas prudentes, para discernir dichas apariciones y mensajes, los juzgan válidos y de índole sobrenatural. El 2 de febrero de 1774 se procede a la fundación de la nueva casa de retiro «Recolhimento da Luz», para la cual redacta un reglamento o estatuto que organiza la vida interior y la disciplina religiosa. El 23 de febrero de 1775 muere sor Elena, y entonces él, que la había asistido en el lecho de muerte, tiene que hacerse cargo de la santa casa del «Recolhimento de Nossa Senhora da Conceiçao da Divina Providencia».

El año 1776 se le nombra comisario de la Tercera Orden Franciscana en São Paulo, cargo que le lleva a asesorar a muchos hermanos, algunos de los cuales marchan al interior del país en busca de oro y piedras preciosas, pero quieren permanecer ligados a esta fraternidad de penitencia. Un trabajo apostólico muy intenso que merece la confianza de sus superiores religiosos y eclesiásticos, y cuenta con el reconocimiento de sus paisanos. Es confirmado en el cargo en 1779, 1792 y 1799.

La llegada de Martín Lopes de Saldanha, nuevo capitán general de São Paulo, hombre inflexible y arbitrario, va a suponer un momento de incertidumbres y conflictos. En un acto injusto ordena que la casa de retiro sea clausurada, y que la abandonen en 24 horas las religiosas que allí habitan, las cuales disuelven la vida común, pero no se marchan. Resisten hasta el límite. Mientras, con la presión popular y la intervención favorable del obispo, consiguen que al mes siguiente se pueda abrir de nuevo aquella casa. Esta dolorosa prueba fomenta el aumento de vocaciones, y hubo que agrandar el edificio. El «Recolhimento» abre de nuevo sus puertas y la vida vuelve con numerosas jóvenes que quieren consagrarse a Dios, a pesar de la oposición de sus familias y de la extremada pobreza que encuentran entre sus muros. Con verdadero interés de padre debe velar para que esta suspensión temporal no vuelva a inquietar a las religiosas, y si es posible evitar estas desagradables sorpresas. Por esa razón no las desamparará jamás. Dócil a todo lo que se le asigna, demuestra con palabras y obras que es un hombre de vida transparente, que no puede convivir con la mentira y el fraude. El aumento constante de vocaciones exige un nuevo edificio, que supone grandes trabajos y penosos viajes en demanda de donativos. Él será también el principal constructor del nuevo convento, animando a los albañiles y colaboradores a concluir esta noble empresa; era muy difícil, pero la ilimitada confianza en Dios le hizo capaz de emprenderla y concluirla. Se construye un esbelto edificio de estilo colonial, sin lujo alguno, de fachada austera, a fuerza de brazos, durante catorce años de intenso trabajo.

El día 15 de agosto de 1802 concluyen las obras de la iglesia del «Recolhimento da Luz», delineada por él y construida bajo su dirección, que bendice con permiso del prelado. Este singular edificio mereció en 1988 ser declarado por la Unesco «patrimonio cultural de la humanidad».

En 1780 el capitán general de São Paulo condena a muerte a un soldado inocente; él sale en su defensa, actitud que provoca en el arbitrario militar una reacción también equivocada. Manda al destierro al valiente franciscano, a quien ordena que se dirija a Río de Janeiro; pero la reacción del pueblo en su defensa le obliga a revocar dicha orden, siendo más estimado aún el religioso. Al año siguiente sus superiores le encargan el noviciado del convento de Macacu (Río de Janeiro), pero a ello se opone el también franciscano obispo de la diócesis, quien guardándose la obediencia del superior no permite que este encargo llegue a conocimiento del ejemplar fraile. No quiere privarse de su presencia «pues desde que entró en religión hasta hoy vive ejemplarmente». Se va a quedar en São Paulo para siempre. Guardián del convento de San Francisco en 1798 y en 1801. El prelado de la diócesis lo considera hombre religiosísimo y prudente consejero que ayuda a todos, y cuantos acuden a él obtienen luz y consuelo: «Es la columna que sostiene São Paulo y su obispado». «Es el hombre de la paz y de la caridad», dice de él el Senado al ministro provincial, oponiéndose a que resida en otra población, «pues no desean que este religioso se ausente de la ciudad de São Paulo que le considera como su protector».

En 1802 sus superiores le nombran «definidor» de la provincia brasileña de la Inmaculada Concepción por sus aptitudes y vida ejemplar, y lo respetan todos como un hombre santo. Su actividad no disminuye. En 1804, es visitador del convento de San Luis de Itu. En 1808, visitador general y presidente del Capítulo. En 1811 funda el «Recolhimento de Sta. Clara» en Soracaba, donde permanece cerca de un año para organizar la comunidad y dirigir las obras de la nueva casa de retiro. Regresa a São Paulo y los últimos diez años de su vida se reparten entre el convento de San Francisco y el «Recolhimento».

El 23 de diciembre de 1822, hacia las diez de la mañana, entrega su alma a Dios en São Paulo. Todas las clases sociales de la ciudad asisten a sus honras fúnebres, venerándolo como un santo. Sus restos reciben sepultura en el presbiterio de la iglesia del «Recolhimento da Luz», a donde acuden constantemente los fieles a rezar al apóstol de São Paulo, a quien invocan en sus necesidades. Termina su carrera después de años y años de trabajos, sufrimientos morales y físicos, vividos con alegría por amor a Dios y a los hermanos.

«Fue un varón apostólico adornado con todas las virtudes; un hijo pobre de S. Francisco de Asís, franciscano alcantarino, siempre humilde y atento a las necesidades de todos, desapegado de las cosas terrenas, que se consagra totalmente a Dios y a María. Responde a su consagración religiosa dedicándose con amor y devoción a los afligidos, enfermos y esclavos de su época en Brasil. Su fe, genuinamente franciscana, vivida evangélicamente y gastada apostólicamente al servicio del prójimo, servirá de estímulo para imitarlo como "el hombre de paz y de caridad". Maestro y defensor de la caridad evangélica, se convierte para muchos en consejero prudente de la vida espiritual y defensor de los pobres».

Una solicitud que creció durante su infancia en el hogar familiar, en el que se reunían a diario todas las noches ante la imagen de Santa Ana para orar.

Visita a los pobres y, en el silencio de las noches, recorre largas distancias para asistirles y resolver los problemas más diversos. Es un peregrino de la paz y de la caridad, y para él caridad es vivir para y por los hermanos, y por eso cuantos acuden a él lo consideran pastor de todos los necesitados. Su formación profunda y su buen sentido son terreno adecuado para que Dios se haga presente. Fue el instrumento del cual Dios se sirvió para discernir los espíritus, desplegando una extraordinaria actividad con gran coraje. «Así da a la Iglesia una nueva familia religiosa, que vive en gran pobreza, continua penitencia y gozosa simplicidad».

El año 1922 la Tercera Orden Franciscana organiza unos solemnes actos con motivo del centenario de su muerte, y coloca una lápida conmemorativa en la iglesia del Monasterio de la Luz. El proceso ordinario de beatificación se inicia en 1938, aunque queda interrumpido. En 1981, durante la visita del papa Juan Pablo II a Brasil, el arzobispo de la diócesis de Aparecida del Norte (São Paulo), le presenta una súplica, avalada por diez mil devotos, que desean la beatificación del padre Galvão. La causa se reabre en 1986, y queda concluida en 1991. En 1997 se promulga el decreto de la heroicidad de sus virtudes, y Su Santidad Juan Pablo II lo beatifica el 25 de octubre de 1998.

Milagro de la beatificación.- Daniela Cristina da Silva, hija de Valdecir y Jacira, desde su nacimiento es una niña grácil y débil de salud. En mayo de 1990, a causa de una complicación broncopulmonar, necesita ser tratada con antibióticos. De nuevo en casa, pronto presenta síntomas de somnolencia y crisis convulsivas; el pediatra, sospechando una meningitis o hepatitis, aconseja a sus padres que la lleven al hospital, donde queda ingresada. El diagnóstico inicial indica un coma por encefalopatía hepática, como consecuencia de la hepatitis del virus A, insuficiencia renal aguda e insuficiencia hepática grave. Con este diagnóstico la niña sufre un ataque cardiorespiratorio. Tras 13 días en la UCI, pasa ocho días en la sala de pediatría y, el 21 de junio de 1990, es dada de alta, en perfectas condiciones de salud física y mental. La curación y recuperación se ha obtenido por la intercesión del Siervo de Dios, a quien recurrieron sus padres, familiares, amigos y religiosas del Monasterio de la Luz.

[Andrés de Sales Ferri, en Año cristiano. Diciembre. Madrid, BAC, 2006, pp. 588-593]


HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI 
EN LA MISA DE CANONIZACIÓN (11-V-07)

«Bendigo al Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca» (Sal 33,2).

1. Alegrémonos en el Señor, en este día en el que contemplamos otra de las maravillas de Dios que, por su admirable providencia, nos permite gustar un vestigio de su presencia en este acto de entrega de Amor representado en el santo sacrificio del altar.

Sí, no podemos menos de alabar a nuestro Dios. Alabémoslo todos, pueblos de Brasil y de América; cantemos al Señor sus maravillas, porque ha hecho grandes cosas en favor nuestro. Hoy, la divina Sabiduría permite que nos encontremos alrededor de su altar en actitud de alabanza y de acción de gracias por habernos concedido la gracia de la canonización de fray Antonio de Santa Ana Galvão.

Quiero agradecer las afectuosas palabras del arzobispo de São Paulo, Mons. Odilo Scherer, que se ha hecho portavoz de todos vosotros, y la solicitud de su predecesor, el cardenal Claudio Hummes, que promovió con tanto empeño la causa del padre Galvão. Agradezco la presencia de cada uno de vosotros, tanto la de los habitantes de esta gran ciudad como la de los que han venido de otras ciudades y naciones. Me alegra que, a través de los medios de comunicación, mis palabras y las expresiones de mi afecto puedan entrar en cada casa y en cada corazón. Tened la certeza de que el Papa os ama, y os ama porque Jesucristo os ama.

En esta solemne celebración eucarística se ha proclamado el pasaje del Evangelio en el que Jesús, en actitud de arrobamiento interior, proclama: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeños» (Mt 11,25). Por eso, me siento feliz porque la elevación de fray Galvão a los altares quedará para siempre enmarcada en la liturgia que hoy la Iglesia nos ofrece.

Saludo con afecto a toda la comunidad franciscana y, de modo especial, a las monjas concepcionistas que, desde el Monasterio de la Luz, de la capital del Estado de São Paulo, irradian la espiritualidad y el carisma del primer brasileño elevado a la gloria de los altares.

2. Damos gracias a Dios por los continuos beneficios alcanzados por el poderoso influjo evangelizador que el Espíritu Santo imprimió en tantas almas a través de fray Galvão. El carisma franciscano, evangélicamente vivido, ha producido frutos significativos a través de su testimonio de ferviente adorador de la Eucaristía, de prudente y sabio guía de las almas que lo buscaban y de gran devoto de la Inmaculada Concepción de María, de la que se consideraba «hijo y esclavo perpetuo».

Dios sale a nuestro encuentro, «trata de atraernos, llegando hasta la última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las cuales él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente» (Deus caritas est, 17). Se revela a través de su Palabra, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Por eso, la vida de la Iglesia es esencialmente eucarística. El Señor, en su amorosa providencia, nos dejó una señal visible de su presencia.

Cuando contemplamos en la santa misa al Señor, elevado por el sacerdote, después de la consagración del pan y del vino, o cuando lo adoramos con devoción expuesto en la Custodia, renovamos nuestra fe con profunda humildad, como hacía fray Galvão en «laus perennis», en actitud constante de adoración. En la sagrada Eucaristía está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, o sea, Cristo mismo, nuestra Pascua, el Pan vivo que bajó del cielo vivificado por el Espíritu Santo y vivificante porque da la vida a los hombres.

Esta misteriosa e inefable manifestación del amor de Dios a la humanidad ocupa un lugar privilegiado en el corazón de los cristianos. Deben poder conocer la fe de la Iglesia, a través de sus ministros ordenados, por la ejemplaridad con que estos cumplen los ritos prescritos, que en la liturgia eucarística indican siempre el centro de toda la obra de evangelización. Por su parte, los fieles deben tratar de recibir y venerar el santísimo Sacramento con piedad y devoción, deseando acoger al Señor Jesús con fe y recurriendo, cada vez que sea necesario, al sacramento de la Reconciliación para purificar el alma de todo pecado grave.

3. Es significativo el ejemplo de fray Galvão por su disponibilidad para servir al pueblo siempre que se le pedía. Tenía fama de consejero, pacificador de las almas y de las familias, dispensador de caridad especialmente en favor de los pobres y de los enfermos. Era muy buscado para las confesiones, pues era celoso, sabio y prudente. Una característica de quien ama de verdad es no querer que el Amado sea agraviado; por eso, la conversión de los pecadores era la gran pasión de nuestro santo. La hermana Helena María, que fue la primera «religiosa» destinada a iniciar el «Recolhimento de Nossa Senhora da Conceição», testimonió lo que dijo fray Galvão: «Rezad para que Dios nuestro Señor, con su poderoso brazo, saque a los pecadores del abismo miserable de las culpas en que se encuentran». Que esa delicada recomendación nos sirva de estímulo para reconocer en la Misericordia divina el camino que lleva a la reconciliación con Dios y con el prójimo y a la paz de nuestra conciencia.

4. Unidos al Señor en la comunión suprema de la Eucaristía y reconciliados con él y con nuestro prójimo, seremos portadores de la paz que el mundo no puede dar. ¿Podrán los hombres y mujeres de este mundo encontrar la paz si no toman conciencia de la necesidad de reconciliarse con Dios, con el prójimo y consigo mismos? En este sentido, fue muy significativo lo que la cámara del Senado de São Paulo escribió al ministro provincial de los franciscanos al final del siglo XVIII, definiendo a fray Galvão un «hombre de paz y de caridad». ¿Qué nos pide el Señor?: «Amaos unos a otros como yo os he amado». Pero inmediatamente añade: «Dad fruto y que vuestro fruto permanezca» (cf. Jn 15,12.16). ¿Y qué fruto nos pide, sino el de saber amar, inspirándonos en el ejemplo del santo de Guaratinguetá?

La fama de su inmensa caridad no tenía límites. Personas de toda la nación iban a ver a fray Galvão, que a todos acogía paternalmente. Se trataba de pobres, enfermos del cuerpo y del espíritu, que le imploraban ayuda.

Jesús abre su corazón y nos revela el centro de todo su mensaje redentor: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Él mismo amó hasta dar su vida por nosotros en la cruz. También la acción de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad debe poseer esta misma inspiración. Las iniciativas de pastoral social, si se orientan al bien de los pobres y de los enfermos, llevan en sí mismas este sello divino. El Señor cuenta con nosotros y nos llama amigos, pues sólo a los que amamos de esta manera somos capaces de darles la vida proporcionada por Jesús con su gracia.

Como sabemos, la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano tendrá como tema fundamental: «Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida». ¿Cómo no ver, entonces, la necesidad de escuchar con renovado fervor la llamada, para responder generosamente a los desafíos que debe afrontar la Iglesia en Brasil y en América Latina?

5. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso», dice el Señor en el Evangelio (Mt 11,28). Esta es la recomendación final que el Señor nos dirige. ¿Cómo no ver aquí el sentimiento paterno y a la vez materno de Dios hacia todos sus hijos? María, la Madre de Dios y Madre nuestra, se encuentra particularmente unida a nosotros en este momento. Fray Galvão afirmó con voz profética la verdad de la Inmaculada Concepción. Ella, la Tota Pulchra, la Virgen purísima, que concibió en su seno al Redentor de los hombres y fue preservada de toda mancha original, quiere ser el sello definitivo de nuestro encuentro con Dios, nuestro Salvador. No hay fruto de la gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora.

De hecho, este santo se entregó de modo irrevocable a la Madre de Jesús desde su juventud, deseando pertenecerle para siempre y escogiendo a la Virgen María como Madre y Protectora de sus hijas espirituales.

Queridos amigos y amigas, ¡qué bello ejemplo nos dejó fray Galvão! ¡Cuán actuales son para nosotros, que vivimos en una época tan llena de hedonismo, las palabras escritas en la fórmula de su consagración: «Quítame la vida antes de que ofenda a tu bendito Hijo, mi Señor»! Son palabras fuertes, de un alma apasionada, que deberían formar parte de la vida normal de todos los cristianos, tanto los consagrados como los no consagrados, y que despiertan deseos de fidelidad a Dios tanto dentro como fuera del matrimonio. El mundo necesita vidas límpidas, almas claras, inteligencias sencillas, que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir «no» a aquellos medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad antes del casamiento.

Precisamente ahora Nuestra Señora es la mejor defensa contra los males que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía segura de protección maternal y de amparo en la hora de la tentación. Esta misteriosa presencia de la Virgen purísima se hará realidad cuando invoquemos la protección y el auxilio de la Virgen Aparecida. Pongamos en sus manos santísimas la vida de los sacerdotes y de los laicos consagrados, de los seminaristas y de todos los que han sido llamados a la vida religiosa.

6. Queridos amigos, permitidme concluir evocando la Vigilia de oración de Marienfeld en Alemania: ante una multitud de jóvenes, presenté a los santos de nuestra época como verdaderos reformadores. Y añadí: «Sólo de los santos, solo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo» (Homilía, 20 de agosto de 2005). Esta es la invitación que os hago hoy a todos vosotros, desde el primero hasta el último, en esta inmensa Eucaristía. Dios dijo: «Sed santos, como yo soy santo» (Lv 11,44).

Demos gracias a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, de los cuales nos vienen, por intercesión de la Virgen María, todas las bendiciones del cielo; de los cuales nos viene este don que, juntamente con la fe, es la mayor gracia que el Señor puede conceder a una criatura: el firme deseo de alcanzar la plenitud de la caridad, con la convicción de que la santidad no sólo es posible, sino también necesaria a cada uno en su estado de vida, para revelar al mundo el verdadero rostro de Cristo, nuestro amigo. Amén.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 18-V-07]

(fuente: www.franciscanos.org) .

jueves, 24 de octubre de 2013

24 de octubre: San Antonio María Claret

Obispo de Santiago de Cuba, fundador
Patrón de tejedores

"Haz, Señor, que ardamos en caridad y encendamos un fuego de amor por donde pasemos; qué deseemos eficazmente y procuremos por todos los medios contagiar a todos de tu amor. Qué nada ni nadie nos arredre, Señor. Qué nos gocemos en las privaciones. Qué abordemos los trabajos, qué abracemos los sacrificios. Qué nos complazcamos en las calumnias y alegremos en los tormentos. Señor, qué no pensemos sino como seguir e imitar a Jesucristo en trabajar, sufrir y procurar siempre y únicamente la mayor gloria tuya y la salvación de las almas. Amén."


En Breve

-Nació en la villa de Sallent, provincia de Barcelona, el día 23 de diciembre de 1807.
-Fue obrero textil en su juventud.
-Ordenado sacerdote, fundó en Vic la Orden de los Claretianos.
-Recorió Cataluña durante varios años predicando.
-Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María.
-Fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, cargo en el que se entregó de lleno al bien de las almas.
-Como arzobispo de Santiago de Cuba se destacó por su celo evangelizador por lo que recorrió toda su diócesis y sufrió un atentado contra su vida.
-Habiendo regresado a España, sus trabajos por el bien de la Iglesia le proporcionaron aún muchos sufrimientos.
-Confesor de la Reina Isabel II de España
-Unico santo canonizado entre los padres conciliares del Concilio Vaticano I.
-Escritor evangélico, especialmente de folletos de fácil alcance para todos (jóvenes, trabajadores, casados)
-Demostró un amor excepcional por la Eucaristía la cual conservaba en su corazón como tabernáculo
-Gran devoto de la Santísima Virgen.
-Patrón de las cajas de ahorro, ya que fundó una en Cuba en beneficio de los pobres.
-Sus experiencias místicas lo llevaron a levitar (alzarse del suelo)
- Murió en Fontfroide (Francia) el año 1870.

Cuando le preguntaron como era capaz de hacer tanto respondió: "Enamoraos de Jesucristo y del prójimo y lo comprenderéis todo y haréis mas cosas que yo"


"VIDA DE SAN ANTONIO Maria CLARET"

Infancia:

Antonio Claret y Clará nació en Sallent (Barcelona, España) el 23 de diciembre de 1807. Era el quinto de once hijos de Juan Claret y Josefa Clará. Le bautizaron el día de Navidad. La escasa salud de su madre hizo que se le pusiera al cuidado de una nodriza en Santa María de Olot. Una noche en que Antonio se quedó en la casa paterna se hundió la casa de la nodriza muriendo todos en el accidente. Para Claret aquello supuso siempre una señal de la providencia.

La cuna de Claret fue sacudida constantemente por el traqueteo de los telares de madera que su padre tenía en los bajos de la casa. Ya desde sus primeros años Antonio dio muestras de una inteligencia y de buen corazón. A los cinco años, pensaba en la eternidad: por la noche, sentado en la cama, quedaba impresionado por aquel "siempre, siempre, siempre". El mismo recordaría estas palabras, más tarde, siendo Arzobispo:

"Esta idea de la eternidad quedó en mí tan grabada, que, ya sea por lo tierno que empezó en mí o ya sea por las muchas veces que pensaba en ella, lo cierto es que es lo que más tengo presente. Esta misma idea es la que más me ha hecho y me hace trabajar aún, y me hará trabajar mientras viva, en la conversión de los pecadores" (Aut. nº 9)

La guerra popular contra Napoleón embargaba vivamente el ambiente de la época. Sus soldados pasaban frecuentemente por la villa entre los años 1808 y 1814. Hasta los sacerdotes del pueblo se habían sumado a la lucha. En 1812 se promulgaba la nueva Constitución.

Mientras, Antonio jugaba, estudiaba, crecía... Dos amores destacaban ya en el pequeño Claret: la Eucaristía y la Virgen. Asistía con atención a la misa; dejaba momentáneamente el juego para visitar a Jesús en la iglesia siempre que no ocasionara molestias a sus compañeros; iba con frecuencia, acompañado de su hermana Rosa, a la ermita de Fusimaña y rezaba diariamente el rosario.

Una debilidad de Antonio eran los libros. Se los devoraba. Pocas cosas contribuyeron tanto a la santidad de Antonio como sus lecturas, las primeras lecturas de su infancia. Porque sus lecturas eran escogidas. Pero ya entonces Antonio tenía una ilusión: llegar a ser sacerdote y apóstol. Sin embargo, su vocación debería recorrer todavía otro itinerario.

Entre los Telares:

Toda su adolescencia la pasó Antonio en el taller de su padre. Pronto consiguió llegar a ser maestro en el arte textil. Para perfeccionarse en la fabricación pidió a su padre que le permitiera ir a Barcelona, donde la industria estaba atrayendo a numerosos jóvenes. Allí se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios de la Lonja. Trabajaba de día, y de noche estudiaba. Aunque seguía siendo un buen cristiano, su corazón estaba centrado en su trabajo. Gracias a su tesón e ingenio llegó pronto a superar en calidad y belleza las muestras que llegaban del extranjero. Un grupo de empresarios, admirados de su competencia, le propusieron un plan halagüeño: fundar una compañía textil corriendo a cuenta de ellos la financiación y el montaje de la fábrica. Pero Antonio, inexplicablemente, se negó. Dios andaba por medio.

Unos cuantos hechos le hicieron más sensible el oído a la voz de Dios.

a) Un amigo a quien estimaba mucho tenía el grave vicio del juego. Llegó a robarle sus ahorros para jugarlos y cuando los perdió, desesperado robó una joyas valiosas, las cuales también perdió en el juego. La policía siguiendo el rastro de las joyas dio con él y lo encarceló; todos comenzaron a calumniar a Antonio, diciendo que era cómplice de su amigo. Esta experiencia empezó a crear en su corazón un disgusto por el mundo, las amistades y las riquezas.

b)El segundo hecho que le ocurrió fue estando un día con unos amigos en la playa, metió los pies para refrescarse en el agua, y de pronto una ola gigantesca lo arrastró hacia mar adentro, y Antonio que no sabía nadar se estaba ahogando. De sus labios solo salió un grito "Virgen Santa, salvadme" , y sin saber cómo, Antonio estaba en la orilla, sano y salvo y para colmo sus vestidos secos totalmente.

c)El tercer hecho fue el que le ocurrió al ir a visitar a un amigo a su casa. Cuando llegó, el amigo no se encontraba y quien estaba en casa era la esposa. Ella, dándose cuenta de la gallardía de Antonio, quedó cegada con un amor indigno y le dijo: "Antonio, ¡qué diferente eres de mi esposo, siempre agrio y despectivo! Quisiera que fuéramos buenos amigos".

Claret huye de la tentación. "Señora, vuestro esposo tarda y tengo mucho que hacer..." Ella intentó detenerle, pero en vano. Antonio se deshace de ella para no volver más.

Por fin, las palabras del Evangelio: "¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?", le impresionaron profundamente.

Los telares se pararon en seco, y Antonio se fue a consultar a los oratorianos de San Felipe Neri. Por fin tomó la decisión de hacerse cartujo y así se lo comunicó a su padre. Su decisión de ser sacerdote llegó a oídos del obispo de Vic D. Pablo de Jesús Corcuera que quiso conocerle. Antonio salía de Barcelona a principios de septiembre de 1829 camino de Sallent y Vic. Tenía 21 años y estaba decidido a ser sacerdote.

En el Seminario

En el seminario de Vic, forja de apóstoles, Claret se formó como seminarista externo viviendo como fámulo de Don Fortià Bres, mayordomo del palacio episcopal. Pronto iba a destacar por su piedad y por su aplicación. Eligió como su confesor y director al oratoriano P. Pere Bac. Después de un año llegó el momento de llevar a cabo su decisión de entrar en la cartuja de Montealegre, y hacia allí salió, pero una tormenta de verano que lo sorprendió en el camino dio al traste con sus planes. Tal vez Dios no le quería de cartujo. Dio media vuelta y retornó a Vic.

Este hecho nos muestra la apertura tan grande de San Antonio a las inspiraciones del Espíritu Santo y a las obras y señales de Dios.

Al siguiente año, Antonio pasó la prueba de fuego de la castidad en una tentación que le sobrevino un día en que yacía enfermo en la cama. Vio que la Virgen se le aparecía y, mostrándole una corona, le decía: "Antonio, esta corona será tuya si vences". De repente, todas las imágenes obsesivas desaparecieron. Siempre la Virgen Santísima sale a la defensa y auxilio de sus hijos.

Bajo la acertada guía del obispo Corcuera el ambiente del Seminario era óptimo. En él trabó amistad con Jaime Balmes, que se ordenaría de Diácono en la misma ceremonia en que Claret se ordenó de Subdiácono. Fue en esta época cuando Claret entró en un profundo contacto con la Biblia, que le impulsaría a un insaciable espíritu apostólico y misionero.

Sacerdote:

A los 27 años, el 13 de junio de 1835, el obispo de Solsona, Fray Juan José de Tejada, ex-general de los Mercedarios, le confería, por fin, el sagrado orden del Presbiterado, junto con otros compañeros seminaristas. Su primera misa la celebró en la parroquia de Sallent el día 21 de junio, con gran satisfacción y alegría de su familia. Su primer destino fue precisamente Sallent, su ciudad natal.

A la muerte de Fernando VII la situación política española se había agravado. Los constitucionales, imitadores de la Revolución francesa, se habían adueñado del poder. En las Cortes de 1835 se aprobaba la supresión de todos los Institutos religiosos. Se incautaron y subastaron los bienes de la Iglesia y se azuzó al pueblo para la quema de conventos y matanza de frailes. Contra este desorden pronto se levantaron las provincias de Navarra, Cataluña y el País Vasco, estallando la guerra civil entre carlistas e isabelinos.

Pero Claret no era político. Era un apóstol. Y se entregó en cuerpo y alma a los quehaceres sacerdotales a pesar de las enormes dificultades que le suponía el ambiente hostil de su ciudad natal. Su caridad no tenía límites. Por eso, los horizontes de una parroquia no satisfacían el ansia apostólica de Claret. Consultó y decidió ir a Roma a inscribirse en "Propaganda Fide", con objeto de ir a predicar el Evangelio a tierras de infieles... Corría el mes de septiembre de 1839. Tenía 31 años.

En Roma busca su identidad misionera:

Con un hatillo y sin dinero, a pie, un joven cura atravesó los Pirineos camino de la ciudad eterna. Llegado a Marsella tomó un vapor a Roma. Ya en la ciudad eterna, Claret hizo los ejercicios espirituales con un padre de la Compañía de Jesús. Y se sintió llamado a ingresar como novicio jesuita; había ido a Roma para ofrecerse como misionero del mundo, pero Dios parecía no quererle ni misionero "ad gentes" ni tampoco jesuita. Una enfermedad -un fuerte dolor en la pierna derecha- le hizo comprender que su misión estaba en España. Después de tres meses abandonó el noviciado por consejo del P. Roothaan.

Regresado a España, fue destinado provisionalmente a Viladrau, pueblecito entonces de leñadores, en la provincia de Gerona. En calidad de Regente (el párroco era un anciano impedido) emprendió su ministerio con gran celo. Tuvo que hacer también de médico, porque no lo había ni en el pueblo ni en sus contornos, utilizando yerbas y ungüentos medicinales para aliviar las penas de los que venían a verle.

Misionero Apostólico en Cataluña:

Como Claret no había nacido para permanecer en una sola parroquia, su espíritu le empujó hacia horizontes más vastos. En julio de 1841, cuando contaba con 33 años recibió de Roma el título de Misionero Apostólico. Por fin era alguien destinado al servicio de la Palabra, al estilo de los apóstoles. Esta clase de misioneros había desaparecido desde San Juan de Avila. A partir de entonces su trabajo fue misionar. Vic iba a ser su residencia. Claret, siempre a pie, con un mapa de hule, su hatillo y su breviario, caminaba por la nieve o en medio de las tormentas, hundido entre barrancos y lodazales. Se juntaba con arrieros y comerciantes y les hablaba del Reino de Dios. Y los convertía. Sus huellas quedaron grabadas en todos los caminos. Las catedrales de Solsona, Gerona, Tarragona, Lérida, Barcelona y las iglesias de otras ciudades se abarrotaban de gente cuando hablaba el P. Claret.

Caminando hacia Golmes le invitaron a detenerse porque sudaba; él respondía con humor: "Yo soy como los perros, que sacan la lengua pero nunca se cansan".

"Padre, confiese a mi borrico" -le dijo un arriero con tono burlón. "Quien se ha de confesar eres tú -respondió Claret- que llevas 7 años sin hacerlo y te hace buena falta". Y aquel hombre se confesó.

En otra ocasión sacó de apuros a un pobre hombre, contrabandista, convirtiendo en alubias un fardo de tabaco ante unos carabineros que les echaron el alto. La mayor sorpresa se la llevó el buen hombre cuando, al llegar a su casa, observó que el fardo de alubias se había convertido de nuevo en tabaco. Son algunas de las "florecillas claretianas" de aquella época.

Otros hechos prodigiosos se cuentan, pero sobre todo se destacaba su virtud de penetrar las conciencias. Tenía enemigos que le calumniaban y que procuraban impedir su labor misionera teniendo que salir en su defensa el arzobispo de Tarragona. Pero su temple era de acero. Todo lo resistía y salía airoso de todas las emboscadas que le tendían.

Además de la predicación, el P. Claret se dedicaba a dar Ejercicios Espirituales al clero y a las religiosas, especialmente en verano. En 1844 , por ejemplo, los daba a las Carmelitas de la Caridad de Vic, asistiendo a ellos Santa Joaquina Vedruna.

Durante este tiempo también publicó numerosos folletos y libros. De entre ellos cabe destacar el "Camino Recto", publicado en 1843 por primera vez y que sería el libro de piedad más leído del siglo XIX. Tenía 35 años. En 1847 fundaba junto con su amigo José Caixal, futuro obispo de Seu D'Urgel y Antonio Palau la "Librería Religiosa". Ese mismo año fundaba la Archicofradía del Corazón de María y escribía los estatutos de La Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María y Amantes de la Humanidad, compuesta por sacerdotes y seglares, hombres y mujeres.

Apóstol de las Islas Canarias: ( marzo 1848 - mayo 1849)

El 6 de marzo de 1848 salía de Cádiz para las islas Canarias con el recién nombrado obispo D. Buenaventura Codina. Tenía 40 años. Y es que tras la nueva rebelión armada de 1847 ya no era posible dar misiones en Cataluña. Desde el Puerto de la Luz de Gran Canaria hasta los ásperos arenales de Lanzarote resonó la convincente voz de Claret. Misionó Telde, Agüimes, Arucas, Gáldar, Guía, Firgas, Teror... El milagro de Cataluña se repitió de nuevo. Claret tuvo que predicar en las plazas, sobre los tablados, al campo libre, entre multitudes que lo acosaban. A pesar de una pulmonía no cesó en su intenso trabajo. En Lanzarote da misiones en Teguise y Arrecife.

Gastó 15 meses de su vida en las Canarias, y dejó atrás conversiones, prodigios, profecías y leyendas. Los canarios vieron partir con lágrimas en los ojos un día a su "padrito" y lo despidieron con añoranza. Era en los últimos días de mayo de 1849. Aún perdura su recuerdo.

"Estos canarios me tienen robado el corazón... será para mí muy sensible el día en que los tendré que dejar para ir a misionar a otros lugares, según mi ministerio" (Carta al obispo de Vic, 27 de sept.).

S. Antonio M. Claret es Copatrono de la Diócesis de Canarias junto con la Virgen del Pino.

Fundador y director espiritual

Poco después, el 16 de julio de 1849, a las tres de la tarde en una celda del seminario de Vic fundaba San Antonio María Claret la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Tenía 41 años. Eran los Cofundadores los PP. Esteban Sala, José Xifré, Manuel Vilaró, Domingo Fábregas y Jaime Clotet.

"Hoy comienza una gran obra" -dijo el P. Claret.

¿Cómo serán los Hijos del Inmaculado Corazón de María?

"Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas"

El Padre Claret sabía que era impulsado por Dios; y Dios le reveló tres cosas:

1) Que la Congregación se extendería por todo el mundo.
2) Que duraría hasta el fin de los tiempos.
3) Que todos los que murieran en la Congregación se salvarían.

En la espléndida floración de nuevos institutos religiosos que se operó en el siglo XIX, fue el confesor real el más decidido colaborador que se encontraron casi todos los fundadores y fundadoras de su tiempo. Con la Madre París ya había fundado en Cuba el año 1855 el Instituto de Religiosas de María Inmaculada, llamadas misioneras claretianas, para la educación de las niñas.

Bajo su dirección espiritual se incluyen Santa Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de las Adoratrices, y Santa Joaquina de Vedruna, fundadora de las Carmelitas de la Caridad.

Intervino directa o indirectamente en otras fundaciones. Se relacionó con Joaquím Masmitjà, fundador de las Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, con D. Marcos y Dña. Gertrudis Castanyer fundadores de las Religiosas Filipenses, con María del Sagrado Corazón fundadora de las Siervas de Jesús, con Ana Mogas fundadora de las Franciscanas de la Divina Pastora. Le encontramos con Fracesc Coll fundador de las Dominicas de la Anunciata. También tuvo parte en la fundación de las Esclavas del Corazón de María, de la M. Esperanza González. Y habría que añadir su influjo en la Compañía de Santa Teresa, Religiosas de Cristo Rey, etc.

Todas estas instituciones nacieron o germinaron gracias al P.Claret.

Arzobispo de Santiago de Cuba: (1851-1857)

Un hecho de capital importancia puso pronto en peligro su recién fundado Instituto. El P. Claret era nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba. Aceptó el cargo después de todos los intentos de renuncia el 4 de octubre de 1849 y el día 6 de octubre de 1850 era consagrado obispo en la catedral de Vic. Tenía 42 años. Antes de embarcarse para Cuba y después de ir a Madrid a recibir el palio y la gran cruz de Isabel la Católica efectuó tres visitas: a la Virgen del Pilar, en Zaragoza, a la Virgen de Montserrat y a la Virgen de Fusimaña, en Sallent, su Patria chica. Y aún le dio tiempo, antes de partir, para fundar las "Religiosas en sus Casas o las Hijas del Inmaculado Corazón de María, actual Filiación Cordimariana." En el puerto de Barcelona un inmenso gentío despidió al Arzobispo Claret con una apoteósica manifestación.

En el viaje hacia La Habana aprovechó para dar una misión a bordo para todos los pasajeros, oficialidad y tripulación. Y al fin... Cuba. Seis años gastaría Claret en la diócesis de Santiago de Cuba, trabajando incansablemente, misionando, sembrando el amor y la justicia en aquella isla en la que la discriminación racial y la injusticia social reinaban por doquier.

Fue un Arzobispo evangelizador por excelencia. Renovó todos los aspectos de la vida de la iglesia: sacerdotes, seminario, educación de niños, abolición de la esclavitud... En cinco años realizó cuatro veces la visita pastoral de la diócesis. El pueblo de Baracoa, por ejemplo, tenía 62 años que no veía obispo alguno.

Se enfrentó a los capataces, les arrancó el látigo de las manos... Un día reprendió a un rico propietario que maltrataba a los pobres negros que trabajaban en su hacienda. Viendo que aquel hombre no estaba dispuesto a cambiar de conducta, el Arzobispo intentó darle una lección. Tomó dos trozos de papel, uno blanco y otro negro. Les prendió fuego y pulverizó las cenizas en la palma de su mano. "Señor, -le dijo- ¿podría decir qué diferencia hay entre las cenizas de estos dos papeles? Pues así de iguales somos los hombres ante Dios".

El P. Claret tenía una capacidad inventiva que denotaba un ingenio poco común. En Holguín se organizaron fiestas populares. El número fuerte del programa era el lanzamiento de un globo tripulado por un hombre. El artefacto aerostático era de los primeros que se ensayaban en aquellos tiempos. No tuvo éxito; comenzó a elevarse, pero el piloto perdió el control y cayó en un pequeño barranco. El Arzobispo estudió el problema y un día sorprendió a todos: "Hoy he dado con el sistema de la dirección de los globos". Y les mostró un diseño, que todavía hoy se conserva.

Era un hombre práctico. Fundó en todas las parroquias instituciones religiosas y sociales para niños y para mayores; creó escuelas técnicas y agrícolas, estableció y propagó por toda Cuba las Cajas de Ahorros, fundó asilos, visitó cuatro veces todas las ciudades, pueblos y rancherías de su inmensa diócesis. Siempre a pie o a caballo.

Pero ni siquiera en Cuba le dejaron en paz sus enemigos. La tormenta de atentados llegó al cúlmen en Holguín, donde fue herido gravemente por un sicario a sueldo de sus enemigos, al que había sacado poco antes de la cárcel, cuando salía de la iglesia. El P. Claret, casi agonizando, pidió que perdonaran al criminal. A pesar de todo, sus enemigos siguieron sin perderle de vista.

Estas son las palabras del propio Santo:

"Yo bajé del púlpito fervorosísimo, cuando he aquí que al concluir la función, había mucha gente y todos me saludaban. Se acercó un hombre, como si me quisiera besar el anillo; pero al instante alargó el brazo, armado con una navaja de afeitar, y descargó el golpe con todas su fuerza. Pero yo llevaba la cabeza inclinada y con el pañuelo que tenía en la mano derecha me tapaba la boca, en lugar de cortarme el cuello, como intentaba, me rajó la cara, o mejilla izquierda, desde la frente a la oreja hasta la punta de la barba, y de escape me cogió el brazo derecho.

Hecha la primera cura, me llevaron a la casa. No puedo yo explicar el placer, el gozo y alegría que sentía mi alma al ver que había logrado lo que tanto deseaba, que era derramar la sangre por el amor de Jesús y de María y poder sellar con la sangre de mis venas las verdades Evangélicas.

En la curación de las heridas ocurrieron tres cosas prodigiosas: la primera fue la curación momentánea de una fístula que los facultativos habían dicho que duraría. Con el corte de la herida se rompieron completamente las glándulas salivales. Tenían que operarme al día siguiente. Yo me encomendé a la Santísima Virgen María, me ofrecí y resigné a la voluntad de Dios, y al instante quedé curado.

El segundo prodigio fue que la cicatriz del brazo quedó como una imagen de la Virgen Dolorosa, de medio cuerpo, y además de relieve tenía colores blanco y morado. Se fue desvaneciendo con los años.

El tercer prodigio fue el pensamiento de la Academia de San Miguel, pensamiento que tuve en los primeros días de hallarme en cama y que fue aprobada por el Papa Pío IX."

Los católicos de Cuba lo recuerdan con profundo cariño y veneración.

Confesor de la Reina Isabel II y Misionero en la Corte y en España: (1857-1868).

Al cabo de seis años en Cuba un día le entregaron un despacho urgente del capitán general de La Habana en el que se le comunicaba que su Majestad la Reina Isabel II le llamaba a Madrid. Era el 18 de marzo de 1857.

Llegado a Madrid, supo el P. Claret que su cargo era definitivamente el de confesor de la Reina. Contrariado aceptó, pero poniendo tres condiciones: no vivir en palacio, no implicarle en política y no guardar antesalas teniendo libertad de acción apostólica.

Tenía 49 años cuando regresó de Cuba. Pero Claret no había nacido para cortesano. En los 11 años que permaneció en Madrid, su actividad apostólica en la Corte fue intensa y continuada. Pocas fueron las iglesias y conventos donde su voz no resonara con fuerza y convicción. Desde la iglesia de Italianos, situada en la actual ampliación de las Cortes y desde la iglesia de Montserrat, donde está situado actualmente el Teatro Monumental, desarrolló una imparable actividad. Principalmente se hizo notar en sus misiones al pueblo y en sus ejercicios al clero.

Restauró El Escorial y organizó en él un centro de estudio.

"Pero en la corte me sentía como un pájaro enjaulado... como perro atado... Tengo unos deseos tan grandes de salir de Madrid para ir a predicar por todo el mundo que no lo puedo explicar... Sólo Dios sabe lo que sufro... Cada día tengo que hacer actos de resignación conformándome a la voluntad de Dios..."

"No tengo reposo, ni mi alma halla consuelo sino corriendo y predicando"

Los viajes con la Reina. Mientras la acompañaba en sus giras por España aprovechaba también para desarrollar un intenso apostolado. A primeros de junio de 1858 la real caravana rodaba por las llanuras de la Mancha, Alicante, Albacete, Valencia... y en julio por Castilla, León, Asturias y Galicia.

El recorrido por el sur fue de un entusiasmo extraordinario, llegando a predicar en un solo día 14 sermones. El Reino de Dios era anunciado y el pueblo respondía con generosidad. "En estos viajes, la Reina reúne a la gente y yo les predico".

"Oh Virgen Y Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro formado en la fragua de vuestra misericordia y amor...

Presidente del Monasterio de El Escorial:

La Reina le nombró Presidente del Real Monasterio de El Escorial para su restauración, dado su lastimoso estado a raíz de la ley de exclaustración de 1835. Desempeñó este cargo desde el año 1859 hasta el año 1868. Corto tiempo, pero suficiente para dar muestras de su talento organizador. Se repararon las torres y alas del edificio, así como la gran basílica. Se restauraron el coro y los altares, se instalaron dos órganos, se adquirió material científico para los gabinetes de Física y laboratorios de Química, se restauró la destartalada biblioteca y se construyó otra nueva; se repoblaron los jardines, se plantaron gran cantidad de árboles frutales y de jardín. Con todo, el Arzobispo ponía anualmente en manos de la Reina un buen superávit. Parecía un milagro.

Con la restauración material emprendió la espiritual. Creó una verdadera Universidad eclesiástica, con los estudios de humanidades y lenguas clásicas, lenguas modernas, ciencias naturales, arqueología, escolanía y banda de música. Estudios de Filosofía y Teología, con Patrística, Liturgia Moral y ciencias Bíblicas, lenguas caldaica, hebrea, arábiga, etc. Hizo de este monasterio uno de los mejores centros de España. Y gracias a su afán recuperó su esplendor la octava maravilla del mundo.

Apóstol de la prensa: "Antonio, escribe", -le dijeron Cristo y la Virgen-.

Como una enorme y sensible pantalla de radar, Claret escrutaba continuamente los signos de los tiempos: "Uno de los medios que la experiencia me ha enseñado ser más poderoso para el bien es la imprenta, -decía-, así como es el arma más poderosa para el mal cuando se abusa de ella".

Escribió unas 96 obras propias (15 libros y 81 opúsculos) y otras 27 editadas, anotadas y a veces traducidas por él. Sólo si se tiene en cuenta su extrema laboriosidad y las fuerzas que Dios le daba, se puede comprender el hecho de que escribiera tanto llevando una dedicación tan intensa al ministerio apostólico. Claret no era solamente escritor. Era propagandista. Divulgó con profusión los libros y hojas sueltas. En cuanto a su difusión alcanzó cifras verdaderamente importantes.

Jamás cobraba nada de la edición y venta de sus libros; al contrario, invertía en ello grandes sumas de dinero. ¿De dónde lo sacaba? De lo que obtenía por sus cargos y de los donativos.

"No todos pueden escuchar sermones... pero todos pueden leer..."

"El predicador se cansa... el libro siempre está a punto... Son los libros la comida del alma..."

Entre el centenar de obras de todos tamaños que escribió, destacan:

"Avisos" a toda clase de personas. "El camino recto" "El catecismo explicado" "El colegial instruido"

"Los libros son la mejor limosna".

En el año 1848 había fundado la Librería Religiosa junto al Dr.Caixal, futuro obispo de Seo de Urgel, precedida por la "Hermandad espiritual de los libros buenos", que durante los años que estuvo bajo su dirección hasta su ida a Cuba imprimió gran cantidad de libros, opúsculos y hojas volantes, con un promedio anual de más de medio millón de impresos. En el primer decenio de la fundación recibió la felicitación personal del Papa Pío IX.

Aún sacerdote fundó la Hermandad del Santísimo e Inmaculado Corazón de María, cuya finalidad era la de mantener permanentemente la difusión de los libros y constituyó uno de los primeros ensayos de apostolado seglar activo por estar integrada por sacerdotes y seglares de ambos sexos.

Una de sus obras más geniales fue la fundación de la Academia de San Miguel (1858). En ella pretendía agrupar las fuerzas vivas de las artes plásticas, el periodismo y las organizaciones católicas; artistas, literatos y propagandistas de toda España para la causa del Señor. Gracias a su prestigio consiguió reunir en ella las figuras más representativas del campo católico español. En nueve años se difundieron gratuitamente numerosos libros, se prestaron otros muchos y se repartió un número incalculable de hojas sueltas.

Y fundó las bibliotecas populares en Cuba y en España. Más de un centenar llegaron a funcionar en España en los últimos años de su vida.

Bien merece el P.Claret el título de apóstol de la prensa.

Un hombre Santo: La suntuosidad cortesana no impidió al P. Claret vivir como el religioso más observante. Cada día dedicaba mucho tiempo a la oración. Su austeridad era proverbial y su sobriedad para las comidas y bebidas, admirable.

Este era su horario. Dormía apenas seis horas levantándose a las tres de la mañana. Antes que se levantaran los demás tenía dos horas de oración y lectura de la Biblia, luego otra hora con ellos, celebraba su Eucaristía y oía otra en acción de gracias, desde el desayuno hasta las diez confesaba y luego escribía. Lo que peor soportaba era la hora de audiencia hacia las doce. Por la tarde predicaba, visitaba hospitales, cárceles, colegios y conventos.

Su pobreza era ejemplar. Un día se llevó un susto al llevarse la mano al bolsillo. Le pareció haber encontrado una moneda, pero enseguida se repuso, no era una moneda, sino una medalla. En una ocasión no teniendo otra cosa para poder auxiliar a un pobre empeñó su cruz arzobispal.

San Antonio era un verdadero místico. Varias veces se le vio en estado de profundo ensimismamiento ante el Señor. Un día de Navidad, en la iglesia de las adoratrices de Madrid, dijo haber recibido al Niño Jesús en sus brazos.

En Intimidad con el Señor: La clave de toda la espiritualidad de San Antonio es el amor al Santísimo Sacramento, que devoró su corazón durante toda su vida. Este amor es el que le hace transformarse en Cristo, en Cristo paciente y sacrificado.

Desde niño acudía con frecuencia a la Santa Misa, reconociendo a Cristo realmente presente en la Eucaristía, fuente de toda su vida.

Dice San Antonio: "Sentía cómo el Señor me llamaba y me concedía el poder identificarme con El. Le pedía que hiciese siempre su voluntad.

La vivencia de la presencia de Jesús en la Eucaristía, en la celebración de la Misa o en la adoración de Jesús Sacramentado era tan profunda que no la sabía explicar. Sentía y siento su presencia tan viva y cercana que me resulta violento separarme del Señor para continuar mis tareas ordinarias".

Un privilegio incomparable del que fue objeto fue la conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra durante nueve años. Así lo escribió en su Autobiografía: "El día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del Rosario de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales, y tener siempre día y noche el santísimo sacramento en mi pecho. Desde entonces debía estar con mucho más devoción y recogimiento interior. También tenía que orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo manifestaba el Señor en otras oraciones."

Esta presencia, casi sensible, de Jesús en el P. Claret debió ser tan grande, que llegó a exclamar: "En ningún lugar me encuentro tan recogido como en medio de las muchedumbres".


Devoción a la Virgen María, Madre y Maestra:

Desde niño, la devoción y el amor a la Santísima Virgen marcaron la vida de San Antonio. La Virgen Santísima era para él la estrella que le guiaba en su vida. Siempre la visitaba en el altar de su parroquia y se imaginaba que sus oraciones subían al cielo por unos "hilos misteriosos". Le gustaba visitar a la Santísima Virgen en su santuario de Fusimaña.

De niño, todos los días rezaba una parte del Santo Rosario y cuando mayor lo rezaba completo, los quince misterios todos los días. Era gran devoto del Santo Rosario a tal punto que la Virgen le dijo un día: "Tú serás el Domingo de estos tiempos. Promueve el Santo Rosario"

Pasaba largo tiempo frente a una imagen de la Virgen haciendo sus oraciones y rezos, y hablándole con cordialidad y confianza, porque estaba convencido de que la Santísima Virgen lo escuchaba...

En obsequio a la Virgen María se abstenía no sólo de pecados mortales, sino hasta de veniales, de faltas e imperfecciones, y aún se abstenía de cosas lícitas, solo para mortificarse y abstenerse de alguna cosa en obsequio a María Santísima.

El amaba a María, pero María le amaba más a él, pues siempre le concedía lo que pedía y aún cosas que nunca pidió, le concedió. La Virgen Santísima lo libró de enfermedades, de peligros y aun de la muerte muchas veces, por mar o por tierra; le libró de tentaciones y de ocasiones de pecar.

Decía el Santo: "Ya veis cuanto importa ser devoto de María Santísima. Ella os librará de males y desgracias de cuerpo y alma. Ella os alcanzará los bienes terrenales y eternos. ...Rezadle el Santo Rosario todos los días con devoción y fervor y veréis como María Santísima será vuestra Madre, vuestra abogada, vuestra medianera, vuestra maestra, vuestro todo después de Jesús".

En otro lado dice: "Ni en mi vida personal, ni en mis andanzas misioneras podía olvidarme de la figura maternal de María. Ella es todo corazón y toda amor. Siempre la he visto como Madre del Hijo amado y esto la hace Madre mía, Madre de la Iglesia, Madre de todos. Mi relación con María siempre ha sido muy íntima y a la vez cercana y familiar, de gran confianza. Yo me siento formado y modelado en la fragua de su amor de Madre, de su Corazón lleno de ternura y amor. Por eso me siento un instrumento de su maternidad divina. Ella está siempre presente en mi vida y en mi predicación misionera. Para mí, María, su Corazón Inmaculado, ha sido siempre y es mi fuerza, mi guía, mi consuelo, mi modelo, mi Maestra, mi todo después de Jesús".

"Oh Virgen Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro, formado en la fragua de vuestra misericordia y amor...


Un hombre perseguido:

No es de extrañar que un hombre de la influencia del P. Claret, que arrastraba a las multitudes, atrajera también las iras de los enemigos de la Iglesia. Pero las amenazas y los atentados se iban frustrando uno a uno, porque la Providencia velaba sobre él que se alegraba en las persecuciones. Fueron numerosos los atentados personales que sufrió en vida. La mayor parte frustrados por la conversión de los asesinos.

Pero fue peor la campaña difamatoria que se organizó a gran escala por toda España para desacreditarlo ante las gentes sencillas. Se le acusó de influir en la política, de pertenecer a la famosa "camarilla" de la Reina con Sor Patrocinio, Marfori y otros, de ser poco inteligente, de ser obsceno en sus escritos refiriéndose a "La Llave de Oro", de ser ambicioso y aún de ladrón. Pero Claret supo callar, contento de sufrir algo por Cristo.


Ante el reconocimiento del Reino de Italia:

El 15 de julio de 1865, el gobierno en pleno se reunía en La Granja para arrancar a la Reina su firma sobre el reconocimiento del Reino de Italia, que equivalía a la aprobación del expolio de los Estados pontificios.

El P. Claret ya había advertido a la Reina que la aprobación de este atropello era, a su parecer, un grave delito, y la amenazó con retirarse si lo firmaba. La Reina, engañada, firmó. Claret no quiso ser cómplice permaneciendo en la corte. Oró ante el Cristo del Perdón, en la iglesia de La Granja, y escuchó estas palabras: "Antonio, retírate".

Transido de dolor al verse obligado a abandonar a la Reina en aquella situación, se dirigió a Roma. Allí el Papa Pío IX le consoló y le ordenó que volviera otra vez a la corte. La familia real se alegró inmensamente de su retorno. Pero una nueva tempestad de calumnias y de ataques se desencadenó contra él. Se puede decir de Claret que fue uno de los hombres públicos más perseguidos del siglo XIX.


Desterrado:

El 18 de septiembre de 1868, la revolución, ya en marcha, era incontenible. Veintiún cañonazos de la fragata Zaragoza, en la bahía de Cádiz, anunciaron el destronamiento de la Reina Isabel II. Con la derrota del ejército isabelino en Alcolea caía Madrid, y la revolución, como un reguero de pólvora, se extendió por toda España.

El día 30, la familia real, con algunos adictos y su confesor, salía para el destierro en Francia. Primero hacia Pau, luego París. El P. Claret tenía 60 años.

Los desmanes y quema de iglesias se prodigaron, cumpliéndose otra de las profecías del P. Claret: la Congregación tendrá su primer mártir en esta revolución. En La Selva del Camp caía asesinado el P.Crusats.

El 30 de marzo de 1869 Claret se separaba definitivamente de la Reina y se iba a Roma.


Padre del Concilio Vaticano I:

El día 8 de diciembre de 1869 comenzaron a llegar a Roma 700 obispos de todo el mundo, superiores de órdenes religiosas, arzobispos, primados, patriarcas y cardenales. Comenzaba el Concilio Ecuménico Vaticano I. Allí estaba el P. Claret.

Uno de los temas más debatidos fue la infalibilidad pontificia en cuestiones de fe y costumbres. La voz de Claret resonó en la basílica vaticana: "Llevo en mi cuerpo las señales de la pasión de Cristo, -dijo, aludiendo a las heridas de Holguín-; ojalá pudiera yo, confesando la infalibilidad del Papa, derramar toda mi sangre de una vez".

Es el único Padre asistente a aquel Concilio que ha llegado a los altares.


El ocaso de sus días:

El 23 de julio de 1870, en compañía del P. Xifré, Superior General de la Congregación, llegaba el Arzobispo Claret a Prades, en el Pirineo francés. La Comunidad de misioneros en el destierro, en su mayoría jóvenes estudiantes, recibió con gran gozo al fundador, ya enfermo. El sabía que su muerte era inminente. Pero ni siquiera en el ambiente plácido de aquel retiro le dejaron en paz sus enemigos. El día 5 de agosto se recibió un aviso. Querían apresar al señor Arzobispo. Incluso en el destierro y enfermo, el P. Claret tuvo que huir. Se refugió en el cercano monasterio cisterciense de Fontfroide. En aquel cenobio, cerca de Narbona, fue acogido con gran alegría por sus moradores.

"Me parece que ya he cumplido mi misión, en París y en Roma he predicado la ley de Dios... En París como capital del mundo, en Roma capital del catolicismo, lo he hecho de palabra y por escrito, he observado la santa pobreza...

Su salud estaba completamente minada. El P. Clotet no se separó de su lado y anotó las incidencias de la enfermedad. El día 4 de octubre tuvo un ataque de apoplejía.

El día 8 recibió los últimos sacramentos e hizo la profesión religiosa como Hijo del Corazón de María, a manos del P. Xifré.

Llegó el día 24 de octubre por la mañana. Todos los religiosos se habían arrodillado alrededor de su lecho de muerte. Junto a él, los Padres Clotet y Puig. Entre oraciones Claret entregó su espíritu en manos del Creador. Eran las 8:45 de la mañana y tenía 62 años.

Su cuerpo fue depositado en el cementerio monacal con una inscripción de Gregorio VII que rezaba: "Amé la justicia y odié la iniquidad, por eso muero en el destierro".


Glorificado:

Los restos del P. Claret fueron trasladados más tarde a Vic, en 1897, donde se veneran. El 25 de febrero de 1934 la Iglesia le inscribió en el número de los beatos. El humilde misionero apareció a la veneración del mundo en la gloria de Bernini. Las campanas de la Basílica Vaticana pregonaron su gloria.

Y el 7 de mayo de 1950 el Papa Pío XII lo proclamó SANTO. Estas fueron sus palabras aquel memorable día: "San Antonio María Claret fue un alma grande, nacida como para ensamblar contrastes: pudo ser humilde de origen y glorioso a los ojos del mundo. Pequeño de cuerpo, pero de espíritu gigante. De apariencia modesta, pero capacísimo de imponer respeto incluso a los grandes de la tierra. Fuerte de carácter, pero con la suave dulzura de quien conoce el freno de la austeridad y de la penitencia. Siempre en la presencia de Dios, aún en medio de su prodigiosa actividad exterior. Calumniado y admirado, festejado y perseguido. Y, entre tantas maravillas, como una luz suave que todo lo ilumina, su devoción a la Madre de Dios".

-SCTJM 
(fuente: www.corazones.org)
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